Hace 2 años ya que cambió nuestra vida para siempre con la llegada del Covid-19 y parecía que nunca íbamos a recuperar esa antigua normalidad, que nunca más íbamos a darnos besos, abrazos, a disfrutar de la compañía de los nuestros y que nunca más íbamos a disfrutar de nuestra Semana Santa y de nuestro Viernes de Dolores, pero el Viernes de Dolores volvió, todavía con la mascarilla presente, pero volvió.
Volvió el Viernes de Dolores de la mano del Soberano del Pantano y de María Santísima de los Ángeles y de la Cruz, y lo hizo a lo grande y de una manera que ni siquiera yo misma podría imaginar (y eso que ya hice el intento con la crónica que escribí el año pasado).
Por dónde empezar. Es difícil elegir un punto concreto, un momento especial. Es difícil elegir uno solo o incluso varios, porque durante todo el recorrido se dieron muchos de ellos y todos y cada uno de ellos con su magia propia, con su propio encanto. Así que, si tenemos que empezar, ¿qué tal si lo hacemos por el principio?
Sí, el principio, el momento en el que se abrieron las puertas de la iglesia de San José, después de haber rezado la oración previa a la salida, y comenzamos nuestra estación de penitencia. Una puerta que no se abría desde hace más de 2 años para permitir que el Soberano pudiese pasear por las calles de su barrio y repartir sus bendiciones a los vecinos y vecinas de Morón. El simple hecho de abrir esa gran puerta significaba que ya estábamos dejando atrás esa pesadilla pandémica que se ha convertido en parte indisoluble de nuestra vida diaria, significaba que ya estábamos volviendo a nuestra vida diaria, significaba que el Viernes de Dolores ya había vuelto y que daba el pistoletazo de salida a nuestra Semana Santa moronera.
No había ni salido el trono del Cristo por las puertas de su templo cuando se produjo el primer momento lleno de emoción y sentimiento; nada más y nada menos que la primera saeta de la Semana Santa, cantada por Rafael de Utrera a nuestro Soberano, desde el interior de la iglesia. La primera de muchas de ellas que se escucharían a lo largo de todo el recorrido.
Y al salir por esa puerta, el Soberano era recibido por nuestros mayores, que todos los años han tenido y tendrán su sitio reservado para admirar la salida de Nuestro Padre Jesús de la Salud y el Perdón y ahora también de María Santísima de los Ángeles. Quienes mejor que ellos, que sean nuestros mayores, quienes más han sufrido las consecuencias de esta maldita pandemia, los que primeramente reciban las bendiciones de nuestros titulares.
Seguimos sin despegarnos de la puerta de la iglesia de San José para volver a otro momento mágico y ya histórico de la Semana Santa de Morón, un viernes 8 de abril de 2022 hacía estación de penitencia, por primera vez, la dolorosa de la Agrupación Parroquial de la iglesia de San José del barrio del Pantano de Morón; por primera vez, hacía estación de penitencia María Santísima de los Ángeles y de la Cruz en sus Misterios Dolorosos acompañando a nuestro Soberano. Una dolorosa que, poco a poco, se está haciendo un hueco en el corazón de sus vecinos y vecinas del Pantano y en el corazón de todos los vecinos y vecinas de Morón.
No hace falta decir que la dolorosa pantanera iba majestuosa en su sencillo, pero hermoso paso de palio y verla recorriendo las calles del Pantano, acompañada al son de la Banda Municipal, es un sueño cumplido, desde que se bendijera la imagen allá por septiembre de 2019. Verla en la calle, montada en su paso de palio, es una sensación que es casi imposible expresar con palabras. Como se suele decir, hay que estar allí para vivirlo.
Pero salgamos de las puertas del templo y centrémonos en el recorrido.
Elegir un punto, un sitio en concreto, aquel que recomendarías a alguien de fuera para disfrutar del discurrir de la agrupación, el que tú consideras que es el más especial, el que tiene ese algo mágico; honestamente, me es muy difícil porque todo el recorrido está lleno de esos momentos, podríamos decir, especiales; pero puestos a elegir, siempre hay un punto en el que a mí me maravilla especialmente ver pasar a nuestro Soberano y, ahora también, a su madre y es el paso por el Parque Borujas, cuando ya se ha hecho completamente de noche y la luna hace acto de presencia para acompañar a nuestros titulares. Deja sin palabras el ver asomarse a los dos pasos, altos y majestuosos, entre los árboles del parque y siguiendo el son de las marchas procesionales con la luna como testigo.
Y si empezábamos esta crónica en las puertas de la iglesia de San José, la terminamos volviendo a esas mismas puertas, pero ya con la agrupación terminando su recorrido y regresando a su casa.
Eran cerca de las dos de la madrugada, cuando el trono del Soberano regresaba a su iglesia de San José. Chicotá tras chicotá y revirá tras revirá, el paso se disponía a encuadrarse y dar su última bendición y su último adiós al pueblo de Morón.
Poco después lo hacía su madre, que era recibida con una gran petalada que había organizado el Grupo Joven, esos jóvenes que la habían estado acompañando durante el recorrido. Poco a poco, se encaraba hacia la puerta de su iglesia y, al igual que había hecho el Soberano, se disponía a dar su última bendición y su último adiós al pueblo de Morón al ritmo de las marchas procesionales que la Banda Municipal de Morón ha dedicado a nuestra dolorosa: “Madre, Reina de los Ángeles” y “Madre Soberana”.
Si el Viernes de Dolores comenzaba con la primera saeta de la Semana Santa, ahora terminaba con otra saeta, también de la mano de Rafael de Utrera y también desde el interior de la iglesia, pero esta vez dedicada a María Santísima de los Ángeles. Una saeta cargada de sentimiento y emoción que reconfortaba a todos los que, ya cansados y con frío, habíamos acompañado a nuestros titulares por las calles del Pantano y que ponía el broche de oro a un Viernes de Dolores que será recordado por mucho tiempo.
Volvió la Semana Santa, pero también volvió el Viernes de Dolores.