Nada más despertarse, profieren un par de maldiciones al aire, como para darse impulso, que el mundo se prepare, que van. Reniegan de su suerte con ahínco y determinación, y en su pertinaz berrinche se van llevando por delante todo lo que encuentran a su paso durante el día. Son esos que cuando te encuentras con ellos bien de mañana tienen una dificultad enorme par dar los buenos días, no hablemos ya de acompañarlos con una media sonrisa.
Tampoco es que sean difíciles de identificar, esa mirada asesina y ese sonido similar a un gruñido en lugar de respuesta coherente al saludo los definen enseguida; ese fastidio en la cara, esa molestia al menor roce con otro ser – ya sea humano o animal-, ese ademán intimidatorio como oses contrariarlos. Suelen escudarse a menudo en que no son personas hasta que no se toman el primer café, pero tengo mis dudas de que después de dos o tres consigan serlo, y Dios te libre de colarte de ellos en una rotonda, que te llevas un par de regalitos en forma de aspavientos, cuando no de insultos altos y claros, que ellos siempre llevan la razón, tienen más prisa, y mucha más importancia que cualquier otra célula del planeta.
A las criaturas también hay que entenderlas, y hay que reconocer que hacen grandes esfuerzos por perdonarte la vida a diario, a ti, que formas parte de esos mediocres que exhiben una sonrisa que a ellos les parece boba y gratuita, que demuestra un atisbo de esa felicidad de lelos, esos mismos que no se encienden descontroladamente cuando ven el telediario y se atreven a no darle gran importancia a las cosas esenciales de la vida. Tú, que no te indignas a voz en grito – que no es que no puedas tener cabreo, pero del pacífico – con los políticos, con los maestros, con los médicos, con los camareros, con los vecinos…con el mundo. No pueden comprenderlo.
Durante bastante tiempo pensé que los enfadaditos se criaban por asociación cultural atávica, y que tenían su origen en la configuración genética española, lo que nos había quedado de aquellos cabreos seculares de perder tantas colonias, pero luego también comprobé que existen al menos en otras dos nacionalidades diferentes, así que no hay caso: el espécimen es un tipo universal. Además, si lo piensas bien, todos tenemos uno en nuestras vidas. Algunos lo tienen más cercano, metido en el centro de la familia, un cuñado, una sobrina… si hay menos suerte hasta un hermano o una hija. Otros tienen la fortuna – si es que se le puede llamar así – de que solo les toque la penitencia en el trabajo: un compañero, la jefa, o en el círculo de amistades secundarias – ese marido de la amiga de toda la vida- o lo mismo solo te toca la tangente, como la vecina de enfrente… pero pocos se libran de sufrir en carne propia a este personaje sempiterno y genuino.
Supongo que soy yo, y esta manía mía de mirar las cosas al detalle, o será el recién estrenado otoño, pero lo cierto es que veo que el enfadadito – y la enfadadita, que imagino que por los ejemplos de antes ya ha quedado claro que el estereotipo no distingue género– prolifera últimamente como en la humedad la seta, y me parece, que para como anda el mundo, lo mismo les podíamos ir recomendando cantidades ingentes de tila, porque les quedan seguro un par de disgustos.