De todos es sabido, y si no se sabe, con la edad se aprende, que no es bueno decidir en caliente, como tampoco dicen que lo es legislar bajo esa misma circunstancia, aunque esa es harina que habría que echar de un costal distinto. No es bueno, y hasta para eso hay cursos, contestar de manera inmediata correos electrónicos que te enciendan, ciscarte en la madre que parió fulano que te ha pisado el dedo gordo del pie– un poné-, o ni tan siquiera acordarte de los ancestros difuntos de tu jefe porque bien sabe él que eso que te acaba de decir te jode que no veas. No. Nada de réplicas airadas, nada de arengas pasionales de las que uno pueda arrepentirse, no digo ya al día siguiente, sino en las horas o incluso los minutos subsecuentes al delito. Paz. Tranquilidad. Darte un paseo o darle otra oportunidad a una frase han salvado muchos trabajos, y, dicho sea de paso, también muchos matrimonios. Hay cabreos que es mejor dejar pasar, que no merecen la pena por mucho que uno los revisite, y las consecuencias del empecinamiento a veces son tan caras que no nos llega el presupuesto, y quedamos hipotecados una temporada, cuando no de por vida.
Sin embargo, hay asuntos que no curan con el tiempo, sino que se van enconando, resabiándose, avinagrándose como el vino viejo y descuidado, y que lejos de sanar van enquistándose e infectando todo lo que encuentran a su paso. A veces un disgusto pequeño, si no lo aireas a tiempo, puede convertirse en una reyerta malsana, en una mala leche que impregna de maldades cualquier pensamiento, incluso tangencial.
No iba a decir nada, iba a dejarlo pasar como tantas otras cosas que se dejan pasar a diario, porque no se podría vivir para ir contando una a una las afrentas, pero a medida que lo iba rumiando, iba notando que me iba creciendo la indignación, y a medida que iba escuchando a este y a aquella se me iba encendiendo más la llama, y a medida que iba leyendo esto y lo otro, el río se me iba haciendo más grande, y para que esas lluvias provoquen esos lodos de los que luego todo se saca de contexto, hay que dejarse, así que casi mejor comentarlo antes de que me salga una úlcera.
Dijera lo que dijera iba a quedarme corta para calificar a esos aspirantes lejanos a personas con cierto calado humano y cultural que se refugian entre sus congéneres – hoy sí, congéneres del mismo género, el masculino- para gritarles fuera de sí , en exacerbado ritual machito, putas y otras lindeces al otro lado de la cerca del zoo, donde ellas, muy dueñas de su prurito y sex-appeal, refrendado por los ruidos roncos de la selva de enfrente, se deshacen en orgullo y emoción, y claman no estar ofendidas, sino más bien – y esto lo digo yo- todo lo contrario.
Ni siquiera voy a entrar en una etimología histórica de las connotaciones del insulto, que podría haber sido cualquier otro de atenernos a las explicaciones de que es un pique cualquiera entre dos facciones rivales de una misma moneda, eso se puede dejar para otra ocasión, para una Lupa más divulgativa. Para esta me reservo solo apiadarme de todas las personas que un día cualquiera forman parte de la familia, amistades y demás correligionarios de gente de esta catadura, y sentir lástima también por esas generaciones no tan futuras, quizá incluso la mía, que estarán debajo del yugo tenaz de esos niños y niñas de la alta sociedad española, esa élite que solo lo es en tanto en cuanto tienen dinero para ser proclamados próceres, que pronto serán dirigentes de grandes empresas, cuando no de partidos políticos.
A esos que escandalizados han pedido moderación en las afirmaciones, que dejemos de rasgarnos las vestiduras , que no han dejado de avivar el fuego en las redes, que tampoco es esto para convertirlo en un debate nacional, les podría decir que no pasa nada, que si quieren podemos ir sacando otra vez la cabra para tirarla del campanario, todo sea por respetar tradiciones ¿ o es que quizá lo de la cabra les escandalizaría más, dañaría más conciencias sensibles, y supondría una regresión social más profunda para ellos de lo que lo hace que en la conciencia colectiva aún se aplaste a las mujeres bajo el peso ineludible de lo que se insulta con un ¡PUTA!?