La semana pasada, hablando con Antonio Franconetti, me recordaba que por encima de los premios individuales está siempre el trabajo de equipo, que, ante un premio individual, siempre renta más compartirlo con un grupo de personas, porque es mejor debatir cualquier idea del grupo que obligar al mismo grupo a seguir un camino.
Y no sería el único ejemplo en nuestro día a día… Aunque desde hace años nos han
impuesto valores egocéntricos por encima de los del bien común. El individualismo, como valor positivo, es un plus cuando de compartir se trata. El individualismo, cuando te permite ser como quieras ser, tratando de ser tú mismo en una sociedad como la nuestra, es un triunfo. Pero, diría que desde hace años los valores individualistas están por encima del grupo, desde hace años nos han convencido de que si no somos millonarios creando nuestra propia empresa significa que nuestra vida casi ni merece la pena. Nos han querido convencer, poco a poco, de que nuestra individualidad está por encima del grupo, de que el individualismo, debe ser competitivo, crudo, y si puede ser, a menos empatía, mejor.
No se cansan de proponer una sociedad donde seamos islas, donde superar a los demás,
pisoteándolos, si es posible, esté por encima de acompañar al otro en su proceso de
crecimiento y mejora. Esa moda tan acogida en los últimos tiempos de que nuestra libertad personal y nuestras ideas están por encima de las de las que benefician a la comunidad. Y claro, luego vienen los problemas y se dan cuenta de que uno a uno es más complicado solucionarlo…
Siguen queriéndonos convencer, casi sin darnos cuenta, de que nuestros sentimientos
están por debajo de quienes somos, que esconderlos y ser muros impenetrables nos llevará a una sociedad “mejor”. Propagando la palabra de “no necesito a nadie para ser yo mismo” mientras cercenan todos los posibles enlaces con otra gente, pisoteándolos, si es posible…
Podría seguir, pero creo que este es el momento de oxigenar el tema y proponer o contar
con otras ideas.
No es nada raro que al proponer un modelo asambleario, da igual el formato, las respuestas estén dadas antes siquiera de comenzar el proceso. O que poco a poco las asociaciones, clubs y demás movimientos asociativos, tanto en nuestra ciudad como en cualquier otra parte, encuentren cada vez más dificultades para poder cambiar las estructuras con más responsabilidad. Quién va a querer formar parte de algo que, poniéndolo en la balanza, le provocará más dolores de cabeza que satisfacciones, tanto personales como comunitarias. O acaso se extrañan de que cada vez la disminución de la asistencia a este tipo de reuniones, asambleas, cabildos, sea algo casual.
Si siguen al CB Morón, sabrán que la temporada pasada fueron los jugadores lo que
propusieron, una vez ya pasada la mitad de la temporada, un hashtag que sin duda les
cambió la actitud en los peores momentos: #WeOverMe, es decir, “Nosotros antes que yo”. No se imaginan cuánto puede cambiar este mínimo detalle la actitud de un grupo de personas.
Cuando comencé a trabajar como educador de calle, la educadora que ya llevaba mucho
tiempo en el barrio nos dijo: “Afianzad las redes, tanto entre las familias, como con otras asociaciones y demás, porque normalmente, la respuesta no estará en vuestra mano y mientras más gente forme parte de vuestra red más fácil será dar respuesta a esa necesidad”.
Cuánta razón tenía y sigue teniendo. Nuestras mejoras educativas siempre vinieron de la mano de estar en otras plazas, de compartir nuestro trabajo y de recibir también las necesidades de los demás para darles respuesta.
Como ejemplos en nuestra ciudad, la Verbena del Pantano, que pone a un barrio completo en la calle desde hace más de treinta años; o la Esparragá, que se realizó en El Rancho, recuperándola gracias a la asociación de vecinos; o el Módulo Azul. Ejemplos básicos de que la colectividad puede ponerse por encima de lo individual en esta sociedad.
Qué difícil hubiera sido para el CB Morón sobrevivir la temporada pasada con egocentrismo e individualismo, que difícil se nos hubiera hecho nuestro trabajo si nos hubiéramos tratado de darle solución a algo que no estaba en nuestra mano y que la tenía nuestra vecina, qué difícil que la Verbena hubiera podido aguantar estos más de 30 años, para la Esparragá volver, o para el Modulo seguir ahí tantos años.
Ahora que nos quieren imponer esa individualidad tan feroz, tan cercenante, tan tóxica, es buen momento para seguir reivindicando la revolución de entender al otro, de comprenderlo, de compartir.