El pasado 7 de junio, este mismo medio publicó unas lúcidas y sentidas líneas con las que nuestro compañero Antonio R. Ramírez Albarreal ejemplificó el porqué de la necesidad de poner en práctica en nuestros días el significado del término COLECTIVIDAD. Me consta que el artículo está dejando un poso hermoso entre quienes lo leyeron: de ‘mano en mano’, de conciencia en conciencia, siendo comentado, debatido y recomendado de unos a otros, poco a poco, sin prisa, pero sin pausa (como les pasa a las cosas buenas, lejos de esos actos, artículos o manifestaciones de impacto inmediato que luego son arrastrados hacia el voraz y consumista olvido). Y me consta también que algunas voces han salido al paso para opinar de manera crítica o contraria con respecto a dichas líneas (fantástico, siempre, el intercambio de pareceres acerca de cualquier tema). Sin embargo, y como suele suceder cuando un texto -como el suyo, que impulsa los valores y conceptos que reivindica- genera corrientes positivas, no falta tampoco la aparición de quienes, con poco ánimo de aportar al debate y sí de soltar la ya clásica sarta de malrollismo, se suman a esa manada que en las últimas décadas gusta de atacar determinados movimientos.
Por eso, y con el ánimo de reflexionar -acertadamente o no- en voz alta y tratar de sumar algún granito de arena a una cuestión que, como seres sociales que somos, conecta con las lógicas de convivencia que explican nuestras vidas, he aquí una idea y algunas líneas complementarias: la idea complementaria es: meter mierda. Y ahora, turno para las líneas que podrían completar esa idea:
Eso, meter mierda, parece ser, en muchas ocasiones, la única estrategia a seguir para tratar de ‘refutar’ las aportaciones que desde la colectividad se ponen encima de la mesa cuando urge resolver o mejorar ámbitos, conflictos o situaciones. El modo de llevar cabo esa ‘estrategia’ es amplio, y el objetivo va desde aniquilar hasta rebajar -pasando por desprestigiar e incluso infundir miedo sobre- lo relacionado emocional/ideal/racional/o empíricamente con la colectividad. ¿El porqué de semejantes estrategias? Muchos condicionantes podríamos repasar para atender esa pregunta, pero, por lo pronto, al pensar sobre posibles respuestas, lo primero que se me viene a la azotea es: ¿Por qué razón podría alguien oponerse a las luchas colectivas? ¿Quiénes suelen querer bloquear la unión de voluntades? ¿Qué tipo de juicio o intereses van en contra de movimientos comunitarios que, precisamente en pro de defender mejoras sociales, proponen divulgar y compartir iniciativas? Y es entonces, planteándonos estas disyuntivas e indagando sobre ello, cuando comienzan a llover claves.
De todos los colores son los mantras empleados por los autoproclamados defensores de “lo más sagrado que tiene todo ser humano: la libertad individual” para atacar a la colectividad: que si “lo colectivo es un intento de arrebatarnos la libertad individual e incluso nuestras propiedades privadas”, que si “defender lo cooperativo por encima de las necesidades del individuo está desfasado”, que si “no es eficaz actuar en grupo, lo que tienes que hacer es sobrevivir”, que si “compite en todo momento, y así os irá bien a ti y a los tuyos”, que si “abogar por la colectividad es pretender aborregarnos a todos”, que si “El Estado que defiende el individualismo o el consumismo es más fuerte que el que apuesta por lo público y lo comunitario”…, y así, un largo etcétera.
Pues bien, a quien en algún momento de su día a día escuche alguno de estos mantras, yo le propondría que, antes de entrar en reflexiones filosóficas, documentales o de otro tipo, pensase en qué le dice su instinto acerca de ese tema. ¿Qué le dice su sentido común, su percepción de las cosas, su raciocinio, su experiencia tanto personal como de su entorno? ¿Qué le dice ‘el cuerpo’? ¿De verdad entiende que las iniciativas colectivas no tienen fuerza, o que no miran las cosas con un mayor sentido de justicia y equidad, o que nunca consiguen nada, o que merece más la pena que cada uno vaya a su p(***) bola para conseguir algo? ¿De verdad su lógica le dice eso? Me da que, salvo excepciones, y precisamente partiendo de la pluralidad de sentimientos y pensamientos que nos caracteriza como sociedad, la mayoría concibe lo igualitario como la clave para que las relaciones individuales alcancen la armonía del grupo, es decir, que concebimos la suma de lo individual como el camino que nos lleva a fortalecer el grupo. No creo que prefiramos que la suma de lo individual deba fracturar el grupo, o que la competitividad entre nosotros haya de ser el ideal a adorar, o que veamos bien que los grupos se disuelvan para que así predomine la fuerza o la ventaja del individuo de mayores poderes o recursos. Y creo todo esto porque, de lo contrario, seríamos otro tipo de animales (no humanos, desde luego) o, en el ‘mejor’ de los casos, otro tipo de humanos (como los que habitaron La Tierra mucho tiempo atrás, o como quienes, aun habitándola hoy, entienden su existencia vital como una carrera en la que acumular más y más, y ganar y destacar y vencer como sea al de al lado -o al de abajo- para llegar cuanto antes a ser de los de ‘arriba’).
Y hablando de clásicos mantras empleados para tratar de minar la importancia de la colectividad: “Mucho repetir teorías, pero luego no hay casos que lo demuestren”… Falso. Hay muchos ejemplos de quehaceres colectivos que tienen un enorme mérito, que merecen el correspondiente reconocimiento y que, con mucho sacrificio, han hecho y hacen de las sociedades realidades mejores: por empezar por nuestro pueblo, las asociaciones que desde hace décadas no paran de sumar apoyos y argumentos jurídicos en defensa de la Sierra de Esparteros, o la loable lucha que en las últimas semanas están manteniendo las trabajadoras del SAD, sobre la cual parece que, justamente en las últimas horas, hay esperanzadoras noticias. Pero son interminables y multidisciplinares los ejemplos que podríamos enumerar: la unión que la cooperativa de economía social y transformadora Talaios lleva a cabo en territorios como Andalucía o Euskadi; la cantidad (y calidad) de mesas redondas, asambleas, grupos asociativos y activistas, propuestas político-sociales o culturales y artísticas, Juntas comarcales e innumerables proyectos -en la mayoría de los casos, a base de ayuda mutua y voluntaria- que representan en sus entornos, día a día, todo lo aquí redactado: la plataforma Andalucía Viva, La Poderío, el Corral de San Antón, portaldeandalucia.org, el Teatro del Bufón – Módulo Azul Centro Social Julio Vélez, Librería Casa Tomada, Andalucía No Se Rinde, MissComadres, Socixs de Tramallol, Lanónima, Surcoopera, Ecotono, Transformando, Mercao Social de Córdoba La Tejedora, Autonomía Sur, Coop57, La Fuga…
Y esto es solo una introducción al tema que nos ocupa: mañana, la Parte III de esta suerte de trilogía a cuatro manos sobre la colectividad, en la cual serán expuestos varios ejemplos más sobre ella y, finalmente, la conclusión. Espero que ambas antorchas (tres, si sumamos la que da origen a la presente y a la futura) sean recibidas con el ánimo que las creó: que toda aquella persona que las lea frente a la pantalla de Morón Información medite sobre las ideas esenciales aquí transmitidas.