Hace unas semanas, en uno de los trayectos que habitualmente efectúo entre Morón -la casa, el recuerdo, la familia- y Sevilla -el paso, el presente, la compañera de vida-, iba escuchando la radio mientras gozaba (como siempre, y pase el tiempo que pase) del olor a campo, el sonido de la brisa y la visión del atardecer/anochecer…
La voz que en ese instante sonaba a través de las ondas era la de una madre entrevistada recordando a su hijo, un joven reportero que murió hace pocos años mientras cubría sobre el terreno un conflicto bélico. En un momento dado, el presentador del programa le preguntó si, sabiendo lo que luego sucedió, desearía instalarse en ese hipotético e imposible caso de poder hacer retroceder el tiempo y así haber evitado que su hijo se subiera a aquel avión. Ella, en vez de contestar con avidez lo que todos pensamos, eso tan humano, tan de las entrañas, se mantuvo en silencio unos segundos, y al fin dijo: <<Daría lo que fuera por tenerlo ahora aquí, conmigo, pero…, sinceramente, si volviese atrás, y aun en el supuesto de haber sabido lo que le venía en aquel viaje, tampoco le habría quitado las ganas de subirse al avión, porque él amaba lo que hacía, era su pasión, su vida estaba ahí. Es importante transmitir a los hijos amor por sus raíces y por la familia, pero creo que resulta no menos importante criarlos motivándolos a abrir las alas y echar a volar, buscar otras raíces y otros tipos de familia en otros lugares, conocer, encontrar la razón de vivir allá donde tengan que encontrarla… Y la razón de vivir de mi hijo estaba en sitios como aquel en el que, mientras informaba, murió. Así que, no, si pudiera volver atrás no le apartaría de aquel avión; le animaría a seguir trabajando con rigor y honestidad, disfrutando de la suerte inmensa que tienen quienes pueden ejercer de aquello que un día soñaron, aunque ese sueño lo tuviera mucho tiempo lejos de mí. Y sé que él desearía y diría lo mismo>>.
Supongo que no hay mucho más que decir. Semejantes palabras, pronunciadas con tremenda emoción por parte de la entrevistada, muestran una admirable capacidad de reflexión y de comprensión. El tsunami que en su interior debió de agitarse al recordar a su hijo no pudo con la inquebrantable lucidez que la ayudó a contestar con calma. <<…Es importante criar a los hijos infundiéndoles amor por sus raíces, pero no menos importante es hacerlo motivándolos a abrir las alas y volar, a buscar otras raíces en otros lugares, a conocer, a encontrar la razón de vivir allá donde tengan que encontrarla…>>. Hay que ser muy fuerte, y muy sabia, para expresar algo así.
Y de ese modo, escuchando la entrevista mientras observaba los reflejos rosáceos del sol sobre los olivos camino de Arahal, pensé que eso mismo es lo que yo (y tanta gente más) llevo años y años recibiendo por parte de la mujer mayor, sencilla y valiente que es mi madre. Otra madre más -de entre las muchas madres y padres- que, aun deseando que todos estos lustros que llevo fuera -lejos de Andalucía- los hubiera pasado cerca de ella, siempre me animó (sigue haciéndolo) a buscar mi paz interior allá donde esta esté. Eso es digno de un amor y una generosidad gigantes. ¡Eso es mucha tela!, la tela que me gustaría a mí ser capaz de tejer el día de mañana para, si se diera el caso, transmitir a quienes vinieran por detrás: decirles que es bonito no olvidar dónde están sus raíces, pero que la vida es (como si yo supiera qué es la vida…) cambio, adaptación, necesidades, llanto, risa, compartir, entender, descubrir, escuchar…, y que si el alma les pide buscar todo ello en otros lares, pues adelante, ¡que abran las alas y a volar!
Toda tierra te recibe abierta para que enraíces en ella. Ni las raíces quiebran las alas, ni estas arrancan las primeras. Unas y otras, a pesar de que a veces cueste, han de conformar la personalidad del ser viviente y vivido. Las dos. Las raíces y las alas.