Olas de manos entrelazadas clamando por la paz o la igualdad; calores provocados por cuerpos exuberantes o por personalidades hermosas que activan la pasión de quienes con ellos se topan.
Olas de risas procedentes de una guardería cuya aula está llena de ilusión y bondad; calores que surgen por los nervios de antes de salir al escenario, o por haber estado bailando toda la noche.
Olas de cariño, cuando tu gente se acuerda de ti por alguna ocasión especial; calores en forma de (multi)colores orgullosos y alegres que en las últimas fechas vuelven a salir a las calles a reclamar justicia y abrazar la libertad.
Olas en la mar, unas lentas y silenciosas besando la orilla, algunas despertando del letargo y viniéndose arriba mientras las gaviotas juguetean con ellas, y otras rugiendo furiosas, irguiéndose como retorcidos gigantes de espuma blanca que se estampan contra las rocas; calores, las que sienten los abuelos cuando son visitados por los nietos, o las que brotan entre los niños y niñas en junio -la emoción de las vacaciones del colegio- y en septiembre -la emoción del reencuentro con los libros y los compañeros.
Olas de indignación cuando alguien que se dice “del pueblo” o de “clase trabajadora” apoya que los privilegiados justifiquen y aumenten la desigualdad entre los pocos muy poderosos y los muchos que poco se reparten; calor, la de la escuela a la que Radio Futura le puso música junto a la calle ardiente del sol de poniente.
Olas de amistad, la sincera y de incalculable valor que te transmiten todas las gentes buenas que te quieren y a las que visitas siempre que puedes, sea cual sea la latitud donde tu segunda familia resida; calores, las que crecen día a día mientras se acerca una fecha especial (pongamos, la quinta del penúltimo mes del año), en la cual dos almas den un paso más en su camino emprendido, juntos, en la tierra del dragón rojo…
En estos días de olas de calor que abrasan bosques, arrasan con quehaceres por largo tiempo labrados, siegan vidas o dejan al descubierto la vergonzosa gestión de algunos gobernantes (muy hiriente lo de aquellos que se siguen manteniendo en el Don’t look up con respecto a la aceleración del cambio climático), no puedo evitar lanzar este canto a la esperanza, canto a esas otras olas y esas otras calores que ayer, hoy y mañana nos harán sentir llenos de energía, canto a los sorbitos de felicidad que la vida a veces nos da. Porque, nada mejor que inspirarse en todos esos momentos para unirnos en el apoyo a los cuerpos de bomberos y servicios forestales, en la atención a la recomendación de médicas/os y enfermeros/as y en la lucha por salvarnos (sobre todo, ayudar a salvar a los más vulnerables: ancianos, niños, enfermos, gente que vive en la calle, o en chabolas, animales, entornos naturales, etc.) de la tremenda ola de calor que padecemos.
¿A qué esperamos para concienciarnos de una vez por todas sobre la necesidad de demandar que la legislación de aquí y de allá obligue a reducir los niveles de contaminación o los de efecto invernadero, así como exigir a las grandes empresas reducir sus daños al planeta (y penalizar con severidad a las que nada cambien) o extender la educación medioambiental a cada rincón del orbe? ¿De verdad no nos damos cuenta de lo que está pasando; en serio hay aún quien defiende que “estos son episodios esporádicos” que la “la naturaleza crea por sí misma” “de vez en cuando”?…
Las olas de alegría o igualdad, las calores por la celebración o el amor. Por todas ellas hemos de luchar, y ello lo haremos más y mejor si somos conscientes de cuanto podemos hacer no solo para combatir la actual ola de calor (o de frío, en invierno), sino sobre todo para prevenir otras que el futuro pudiera deparar.