Marta decide no unirse a la manifestación en defensa de los servicios públicos, pues <<veo exagerado decir que “están en peligro”. Además, ¿qué hay de malo en que se les reste inversión o personal para financiar coles, hospitales o residencias privadas?>>.
Jorge pide que se anulen los actos del Orgullo LGTBI, porque, <<¡qué más quiere esa gente, si ya se pegan semanas enteras imponiéndonos sus arcoíris y sus locuras!>>. Días más tarde, sí que asiste a un acto en apoyo a la familia tradicional, en contra del derecho de las mujeres a abortar y en contra de que se imparta educación sexual en los colegios. <<¡Confunden a nuestros críos con modernas perversiones!>>, apunta, a la vez que manifiesta: <<No me creo eso de que crezcan las agresiones y abusos sexuales entre menores, como acaban de publicar los Juzgados de Andalucía. ¡Está todo manipulado!>>. Él prefiere que su hijo -un adinerado adolescente que estudia en un colegio mayor y que grita e insulta a sus compañeras de centro cual salido y agorilado hooligan antes de salir de caza- aprenda sobre lo que tenga que aprender acerca de las relaciones sexuales a través del porno y los clubes de alterne, <<como hacemos los tíos de verdad>>.
Tania no secunda la huelga que han iniciado unos jornaleros que se sienten explotados. <<Prefiero que vuelvan a sus puestos cuanto antes, porque su parón afecta a los clientes, que no podemos comprar lo que necesitamos. Y como salgan a las calles a hacer piquete y no me dejen pasar con mi coche…, ¡figúrate tú qué problemón!>>.
David, deportista de élite, se toma a broma las consecuencias que para personas, tierras y enclaves de medio mundo está suponiendo la aceleración del cambio climático. Equidistante e indiferente, expresa: <<No sé, no entiendo de eso, no me meto, yo voy a lo mío>>. Algo parecido a lo de Laura, que no se suma al Manifiesto firmado por gente del mundo del Arte, la Filosofía, el academicismo y la Cultura alertando contra el avance de los militarismos y de las corrientes neofascistas, porque <<soy artista, prefiero no pronunciarme sobre esas cosas; yo soy neutral y me centro en mi oficio>>.
Al tiempo que todas esas situaciones encuentran poco eco en los medios, Antonio se entretiene con noticias sobre una aristócrata que le cae <<muy bien>> y a la que las cadenas de televisión portan de programa en programa promocionándola como una tía cool, mientras ella, que hace ostentación de su privilegiada situación económica y de lo guay de ser famosa sin hacer nada, se convierte ahora, además, en bandera y yunque de organizaciones integristas ultracatólicas que invitan a sus congresos a la susodicha para que esta explique (quizá ‘explicar’ es mucho decir) que <<estamos viviendo momentos muy delicados para la humanidad… O SEA, hay tantos tipos distintos de sexualidades, tantos tipos distintos de sitios donde puedes ejercer el mal…>>. A pesar de semejantes barbaridades, a Antonio le cae de puta madre este ejemplar de la alta nobleza patria.
Al cuñado de Antonio, Mauro, también le cae bien la delicada perla aristócrata, tanto como ese vicepresidente de un gobierno autonómico al que, tras meses de inoperancia en la gestión de catástrofes medioambientales cuando los fuegos arrasaban sus bosques, o tras dedicar buena parte de su labor como cargo público a escribir tuits clamando, entre otros leitmotiv, por la vuelta al uso del amianto para generar beneficios a las empresas, la Radio-Televisión Pública de todos los españoles pavonea en prime time, cual afable invitado en uno de sus espacios estrella, valorando el resultado culinario de la perdiz preparada por aspirantes a chefs maestros, todo ello bajo el “maravilloso” y repetitivo saludo de una cómplice presentadora. Todo muy normal…
Tan ‘normal’ como que Sonia, trabajadora exprimida a la que le resulta imposible alquilar un piso por un precio decente en la capital de las capitales y que ve cómo el tiempo de espera en su centro de salud se alarga sine die, sea toda una fan de la presidenta de su región porque <<es divertida y nos anima a beber cañas en los bares>>… ‘Es divertida’, como ese otro presidente autonómico que cuanto más poder parlamentario ostenta, más privatiza los recursos naturales y más impuestos elimina a sus amigotes ricos. ¡Eso sí!, <<se le ve afable y bonachón>> en los medios cercanos, así que es vitoreado por Juan, obrero desempleado desde que la mega empresa en la que trabajaba prescindió de sus servicios para externalizarlos mediante una subcontrata.
Lola cierra las ventanas al ver pasar una manifestación de personas gritando Basta Ya ante tantos delitos xenófobos y racistas, agresiones a migrantes en las fronteras y odio contra currantes que vienen de otros países para intentar mejorar sus vidas. <<¿Cómo protegen a esa gente, si son inmigrantes ilegales que nos roban el trabajo, los sueldos, la casa, reciben paguitas y cambian nuestra cultura? ¡Que se vayan!>>, dice Lola.
Gabriel está en contra de la petición de una asociación local que reclama compromiso institucional para excavar en una fosa común donde hay restos de personas asesinadas durante la guerra civil. Para él, <<eso es remover las heridas; en la guerra se mataron todos por igual>>. Gabriel tampoco secunda la marcha de una organización del pueblo en defensa de un paraje natural que está siendo poco a poco aniquilado: <<Pff, protestar no sirve de nada… Además, la empresa que explota ese paraje crea empleo>>.
María no va a las reuniones de la asociación vecinal que se reúne para pedir al Ayuntamiento que adecente sus abandonadas calles y parques, así como para valorar cómo hacer frente a los cortes de luz que la empresa contratada en la zona no soluciona. <<Es que…, yo cambiaré muy pronto de piso, ¡y por supuesto de barrio!>>.
En una gran ciudad, una tarde cualquiera, unos pocos cientos de jóvenes asisten a una conocida plaza para protestar pacíficamente con lemas y cánticos críticos contra la progresiva mordaza y la falta de libertad para reunirse y manifestarse en lugares públicos. Los agentes de las fuerzas de orden y seguridad tardan poco en intervenir, reducen el cerco sobre los manifestantes y empiezan a disuadir al grupo y a ‘liberar’ la plaza. Una camarilla de vecinos del barrio observa la escena a distancia. Una reportera de TV se acerca y les pregunta sobre lo ocurrido. <<¡Muy bien por los policías, fuera de aquí esos niñatos, tanto protestar… ¡Las calles están para pasear, comprar y estar tranquilos, no para ser ocupadas por tantos manifestantes!>>, responden…
Y de este modo, bajo sombríos días en los que crece la corriente que pone de moda ver como simpaticotes y guays a ciertos representantes del faranduleo amarillista o del poderío político, asciende también el número de quienes deciden no sumarse -e incluso oponerse- a reivindicaciones de colectivos sociales de diverso tipo. Del mismo modo que Fulanito y Menganita, quienes, a buen seguro, se opondrán a que un juntaletras cualquiera escriba en un diario on-line de pueblo artículos como este, que tacharán de “torticero, politizado, penoso, nada objetivo, tendencioso, absurdo, vergonzoso…”.
Así pasa el tiempo. Y de no cambiar la cosa, tan grande será la espalda que gente como Marta, Jorge, Tania, David, Laura, Antonio, Mauro, Sonia, Juan, Lola, Gabriel, María, Fulanito o Menganita den a quienes tienen el valor y la dignidad de implicarse en las luchas por los derechos colectivos, que cuando sean ellos quienes necesiten echarse a la calle, no tendrán ya derechos que defender, ni buenas condiciones laborales o sindicales que poder disfrutar, ni colegios o ambulatorios públicos a los que poder ir, ni libertades de las que gozar. Querrán protestar, y reivindicar, pero se percatarán de que, por no quedar, no quedarán ni vecinos que a su ayuda se puedan sumar. Y entonces se preguntarán: “¿Por qué no apoyamos en su día a toda aquella gente?”.
Foto destacada: Ilustración de Eneko.