<<No entiendo por qué narices celebran los ateos la Navidad>>, dijo una, muy metida en su indignado papel, poco antes de conocer ‘algunos datos’ sobre los comienzos de la celebración de la efeméride en las fechas actuales, las raíces poco originales de la misma, su manoseo político-institucional, su poso de coyuntural (a)doctrina(miento), las connotaciones socio-laborales o culturales que hoy comportan, etc.
<<¡Qué guay el petardo!>>, flipó uno, con apenas 11 añitos. <<Pongamos otro para que retumbe todo el barrio. ¡Venga, alegría!>>, respondió otro, con casi 50 tacos, ante los ánimos de quienes a su lado esperaban la traca. Estampa que evidencia lo lejos que están aún algunas entendederas de comprender que el atronador ruido de estos días supone, entre otras cosas, un auténtico tormento tanto para muchas personas (gente mayor que no puede descansar, quienes padecen ligirofobia, autismo, epilepsia, etc.) como para diversos tipos de animales (perros, gatos o aves que huyen aterrorizados, se escapan de casa, se pierden, se desorientan, sufren paros cardiacos, mueren…).
<<A vuestra prima siempre le regalábamos balones de fútbol, chándales y otras cosas típicas de niños; ella siempre fue más…, ya sabéis, más marimacho>>, dijo una, como sintiendo pena por la sobrina en cuestión, sin darse cuenta de la boludez que acababa de expresar, rancia perspectiva de ‘feminidad’ la suya; sin reparar (ella, que se define como <<moderna y abierta, vengo de una gran urbe>>) en que la sobrina -hoy ya adulta- es una persona inteligente, trabajadora, de admirable razonamiento lógico, independiente, lúcida, culta, buena, fuerte, aventurera y absolutamente auténtica, que no necesita la pena de nadie; y sin percatarse de que ella, la tía de la ‘marimacho’, ha criado a unas hijas que, ya en sus cuarenta y pocos, parecen princesitas inmersas en las retrógradas dependencias y en las estrechas miras vitales de las girls made in Disney.
<<¿Qué es esa idiotez de que ‘tenemos que salir a la calle para defender la sanidad pública’? ¿Por qué, qué problema se supone que hay?>>, soltó uno, con tono socarrón y whiskey en mano, tras pegarse diez minutos maldiciendo sobre los servicios públicos, olvidando que el día antes llamó a Salud Responde para cogerle a su madre una cita presencial con el médico de cabecera y no le quedaría otra que esperar doce días hasta poder ir al ambulatorio. Y es que, al parecer, para él, los servicios públicos <<están fatal>> porque sí, porque se depauperan solos, a sí mismos, se auto-machacan… Siempre es más fácil eso que criticar la voracidad privatizadora o que pensar que enfermedades como el cáncer no son una guerra que requiera de soldados, ni una lucha con victorias y derrotas, ni basta con sonrisas y buena actitud para vencerlas: son enfermedades que requieren de inversión y de investigación para prevenirlas y para tratarlas, y que requieren de la defensa de la sanidad pública universal.
<<Qué bien habla el Rey, mescashi enlamá>>, se casi-emocionó una con el discurso de la noche del 24. Ese discurso que cada año es ‘impecable’ (en realidad, cada año es lo mismo), y ese rey que ‘cada vez está más preparao’ (o puede que no tanto…).
<<Ya no voto más al Pedro Sánchez. ¡Mira que compincharse con la Montero para soltar a violadores y dejarlos campar a sus anchas! Vaya dos, qué decepción de Gobierno…>>, se quejó una tras explicar que ella sí está al tanto de la actualidad informativa a través de ese ‘plural’ (ejem) ramillete mediático conformado por Ana Rosa, Herrera, Griso, Risto, Inda, Losantos, Vallés, Motos o ABC… (WTF!).
<<¡El machismo no existe! ¡Patrañas para atacar a los hombres!>>, decía un machote. El de enfrente respondía: <<¿Cómo?! Claro que existe, hazme caso, que estoy concienciado con la causa>>, y mientras ambos discutían (sentados en el sofá, junto al brasero), la pareja de uno de ellos -y hermana del otro- les ponía la comida por delante y, al minuto, subía a la azotea para recoger la ropa de ciclista que uno de los ‘expertos’ necesitaba para salir a entrenar. (De fondo el telediario, repasando las cifras de mujeres asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas durante el diciembre más sangriento que se recuerda. Pero, <<¡la violencia de género no existe!>>, insistía el otro…).
<<¿Que te puso mal la tubería y, encima, te convenció de que la culpa de la rotura era tuya, para así no denunciarlo? ¡Eres tonto! A mí no me la habría colado. Eso sí, bien por el nota. Yo habría intentado lo mismo. ¡No ni na!>>, se vanaglorió una ante su amigo, pues, en su déspota mentalidad, <<hay que ser ‘listo’ en la vida>>, lo que (para algunos) significa que, aunque mientas, o engañes, o seas un caradura deshonesto, o perjudiques a alguien, si al final no te cogen y sales ganando, ¡po’qué más da, todo vale!
<<Ahora que te has casado, y con todo lo feminista que has sido siempre, habrás visto, al fin, que en casa son ellas las que en realidad nos acaban esclavizando, ¿verdad?>>, me susurró uno, segundos antes de hacer sonar esa risa estridente propia de quienes tienen la necesidad de llamar la atención constantemente…
<<Qué pena lo de este país con la vivienda… Tantas casas y pisos vacíos cogiendo polvo… ¡Más alquiler turístico hace falta!>>, propuso una, después de que, con desagrado e indiferencia, restara importancia a la noticia de un nuevo desahucio (otro más, de los muchos que a diario se dan) el día del sorteo de Navidad (<<un buen periodista tiene que estar ese día en las administraciones de lotería, no cubriendo lo que le pase a Charo en Vallecas>>, sentenció con chulería) y descartara leer un reportaje acerca de qué supone vivir un desahucio (<<no me interesa en absoluto>>).
Para acabar, anteayer asistí a un: <<Aquí, los que mejor viven son los comunistas, los catalanes, los sin papales y los okupas… ¡O sea, los que rompen España!>>, ladrado por un joven, sí, joven, aunque sus expresiones bien podría calzarlas un facha de los años 60 (poco han cambiado algunos discursos anclados en el NO-DO). El mismo chaval que, al hablar con amigos sobre el asalto de miles de seguidores de Bolsonaro a las sedes de las principales instituciones constitucionales de Brasil llamando a los militares de aquel país a sacar las armas y derrocar al nuevo presidente -electo democráticamente por el pueblo en las urnas- (Lula da Silva), reaccionó altivo: <<Lo que hace falta aquí, joé, patriotas de verdad que luchen por recuperar el país>>…
Y terminaron las comidas con familiares y amistades (y compañeros de familiares, y conocidos de amigos que se unen en un momento dado, y desconocidos en la mesa de al lado, y…) propias de las fechas recién pasadas. Comidas que se fueron, un año más, cargadas de momentos hermosos, graciosos, inolvidables, así como de reencuentros con gente querida. Pero comidas que también regaron salitas, bares o terrazas de incontables frases detestables, burlas, mentiras y situaciones varias que hicieron insoportable más de un rato. Entre otras cosas porque, aunque a veces rebate uno tal o cual majadería, y habla, y discute, y dialoga, y escucha, no siempre se puede o se quiere entrar al trapo (por evitar un mal trago para tus padres o que alguien se sienta incómodo, porque a Fulanita no la verás más, porque un ‘amigo’ necesita desahogarse, y otros mil porqués).
El caso es que todo ello me hizo recordar algo que un sabio (y amigo) escribió hace pocos años en vísperas de estas reuniones bañadas en cava y polvorones. Transmitía a la perfección un sentimiento que, ya verán, lo clava: “No contar la verdad, ni siquiera la propia; mirar para otro lado, para no cruzar la mirada con la persona que tienes al lado; hacer oídos sordos, para no reventar con las idioteces y banalidades de comentarios manidos; y todo mezclado con alcohol y un derroche de comida innecesaria… No es raro que las cenas salgan por peteneras, así que tened cuidado. Suerte a todas/os”. A lo cual, hoy, finalizadas las quedadas, solo puedo añadir: Cuánta razón tenías, maestro.