Mediados de mayo. Sol radiante, temperatura perfecta. Mucha agua, una gorra, protección solar y, hala, todos a la Base Aérea de Morón, con familiares y amigos. La mañana prometía diversión, asombro, muchos aplausos y no menos fotos. En el complejo militar situado entre nuestro pueblo y Arahal, aguardaba un espectáculo de los que quedan para siempre en la memoria, y que aportan…, no recuerdo cómo seguía la frase, pero, por lo visto, algo aportaba.
Con motivo del 60º aniversario de servicios ejecutados (nunca mejor dicho) por el Ejército del Aire y del Espacio, el aeródromo de nuestra localidad, mitad español y mitad estadounidense (inciso: ¿un complejo militar en territorio ajeno? ¿Eso no es imperialismo puro y duro?… Bah, cosas de carcas), celebró el pasado día 13 una exhibición estática y de vuelo con lo más granado del elenco: los aparatos voladores empleados para “labores humanitarias y acciones de rescate y reconstrucción” (bien que repiten eso en folletos y micrófonos mediante el manoseado ejemplo de la UME), pero también los que sirven para combates y en guerras. ¡Uy, ya están aquí los pesaos del ‘no a las guerras’!
Jornada de puertas abiertas para vibrar con los Eurofighter, los AntiSubmarinos, el Grupo 22 Ala 11, los halagos al ejército, el Airbus Defence and Space, la Patrulla Aspa, el P-3 Orión, el C295, el CN235, ¡bingo! El lema del evento: <<Confraternización aeronáutica militar y civil>>. ¡Toma ya, sí señor! ¡Hermanémonos, moroneras y moroneros, con la cultura de los aviones, helicópteros, armas y demás elementos bélicos! ¡Demostremos por qué el Ministerio de Defensa (bonita forma de llamar al Ministerio de Guerra) tiene en nuestra base una de sus principales joyas! ¡Seamos, una vez más, ejemplo de cuna predilecta para esos garantes universales de la paz llamados OTAN y Uncle Sam! Oh yeah!…
Pues eso, que la mañana fue un éxito. Mucha gente (también buena gente, gente que, de hecho, no está a favor de la violencia) asistió a las piruetas de mastodontes alados. Una excursión para empaparse de sol y para flipar con las acrobacias aéreas de aviones y hélices. Porque la cosa era pasarlo bien, ¿no? ¡Po’ ya está! Que dichos aviones estén hechos y sean empleados para ir a la guerra, era lo de menos, ¿verdad?… Bueno, eso quizá no. Quizá, lo de convertir estos eventos en fiestas familiares tiene todo el sentido del mundo. Quizá, se trata de otra jugada maestra en ese partido que algunos con tela de pasta (y tela de influencia) libran a diario, partido en el cual el objetivo -el gol- es transmitir a la gente lo mucho que molan planes como el del sábado, y que las armas “son inevitables y, por ello, necesarias”, y que las guerras, “a veces, son comprensibles”, e incluso que demuestras ser mejor ciudadano (más patriota) si no te opones a ellas y sí las apoyas, cuando lo mandan ‘los tuyos’…
Y para meter dichos goles, qué mejor que conseguir que las madres y padres lleven a estos eventos a sus peques, niños y niñas de 4, 7 o 10 años que, desde bien enanos, pueden ver in situ los imponentes pájaros acorazados, soñar con pilotarlos algún día y hacer magia cuando, pulsando un botoncito, caiga de las entrañas del ave metálica un artefacto de no sé cuántos kilos que, nada más rozar el suelo de la población que reciba el regalito, arrase con todo lo que pille a varios kilómetros a la redonda. ¡Guapísimo, eh! ¡Educación de la buena!
Así que, quienes no pudieron asistir hace tres días a semejante esplendor matutino, ya saben: ¡A la próxima, lleven a sus hijos/as a las demostraciones del Ejército del Aire! (aire, por cierto, que es contaminado del copón en estas exhibiciones). Regálenles el derecho a asombrarse con auténticos aviones de guerra, ¡exactamente los mismos que ven luego en la tele sobrevolando otros cielos (cielos en los que, eso sí, no pegan vuelos festivos, sino que tiran bombas sobre lugares donde vive ‘gente mala’)! Sí, paisanos, den a sus retoños la posibilidad única de ver por dentro esos cazas y bombarderos (ah, los nombres… Díganle que cazan pesadillas y bombardean con chocolate y serpentina, si eso les hace sentir mejor), ¡e incluso de montarse en ellos en plena pista! Total, sus hijos se acercarán a esos aviones en medio de un ambiente de celebración, y quienes sufrirán los misiles colocaditos bajo sus alas serán niños que residen en lejanas latitudes, pero, ¿qué importa este detallito de na?
Llegados a este punto, más de uno susurrará: “Menudo capullo, buenista, demagogo, naif, no tiene ni p*** idea…”, algo que, siempre que lo escucho, me lleva a reflexionar: hace falta tener muy mala leche, o estar muy obsesionado, o guardar mucho odio dentro, para lanzar dichos términos como ‘argumentos’ con los que criticar la postura hoy aquí expuesta, pues, con esa reacción, lo que se intenta tapar es, simple y llanamente, lo mucho que les excita la industria de las armas, la guerra, la violencia, la sangre. Quienes así piensen, que se lo hagan mirar. No van para ellos estas líneas. Sí van para toda esa buena gente, que, sin darse cuenta, es amaestrada a diario para amar este tipo de símbolos, logos, armas y ambientes bélicos. Gentes que, sin percibirlo, reciben, desde que somos pequeños, la idea de que todo lo relacionado con ejércitos, invasiones o acciones militares es algo bueno, valeroso, patriótico.
Y resulta complejo escribir esto cuando uno sabe que amigos e incluso familiares asistieron a la jornada del sábado. Pero, precisamente por ello, me gustaría que pensaran: ¿Para qué crees que son utilizados los Eurofighter? ¿Cuál es el cometido de un caza o de un bombardero? ¿Qué es y a qué se dedica Indra? ¿Cómo hace crecer el gigante empresarial (también Tecnobit, BBVA y demás patrocinadores de la fiesta) sus beneficios a base de armamento, fronteras y otras variadas áreas? ¿Por qué no te cuentan nada acerca de esa asquerosa estrategia de gobernantes y mega-empresarios de la industria militar para, mediante eventos envueltos en espectáculo, show y ‘disfrute familiar’, sembrar entre la ciudadanía un falso orgullo patriótico basado en “el valor de pilotos que se juegan la vida en la distancia para llevar a España a lo más alto de la seguridad mundial”? ¿Por qué, en lugar de tan rimbombantes frases, no explican lo que provoca la alta ingeniería mecánica aplicada a los aviones de guerra, con sus miles de millones de dinero público y privado detrás? ¿Por qué nunca reconocen que el negocio del dinero es lo que ampara muertes, violaciones de derechos humanos y terrorismo de Estado? ¿Por qué no te dicen que todo ello se ejerce, también, mediante las bombas y misiles lanzados por los aviones cuyas acrobacias aplaudiste el sábado en Morón?
¿Por qué no explicaron en la presentación del acto que muchos de aquellos bólidos del aire, además de atraer fotos y “wows”, generan no solo la destrucción de puntos estratégicos de ejércitos ‘malvados’, sino también lamentos de civiles e innumerables vidas inocentes truncadas? Seres humanos que nada tienen que ver con los juegos de Monopoly que, a cambio de riquezas eternas, entretejen los señores de la guerra, esos que nunca van al campo de batalla (pues siempre envían a los mismos) pero que dictaminan quién es bueno y quién malo en un conflicto; esos que sentencian cuándo es legítimo invadir un país y cuándo es injusto; esos que dictan cómo vender una guerra en los medios de comunicación, en función de si interesa crear miedo y pánico en la población propia, o, por el contrario, fomentar una actitud de “paren el conflicto, porque -si no lo iniciamos nosotros- es cruel”. Seres humanos, decíamos, que son víctimas de esos señores de la guerra. Víctimas, tanto las asesinadas bajo las bombas, como las engañadas para asombrarse con actos como el del sábado, actos que hacen de la industria del dolor un show.
Y no solo con mañanas como la de hace tres días se engaña a la población para dicho fin. También se logra: a través de la publicidad; y del cine (cientos de pelis y series de Hollywood destacando la figura del héroe en forma soldado buenorro -yankee, eso sí, que es siempre el bueno- con música emotiva de fondo, rodeado de US flags, dando su vida por la democracia mundial, volviendo a casa –casa que, además de pasteles de manzana para invitados o cuadros con el ‘God saves America’, alberga lo más preciado en los hogares de aquel país: armas– para ser recibido con altos honores mientras besa a su bella (y obediente) esposa y a sus hijos tope guays; mientras tanto, los malos de las pelis, los que hablan raro y salen con música chunga de fondo, son siempre vencidos, civilizados -además de malignos, suelen ser seres asalvajados e irracionales-, metidos en calabozos donde reciben ‘merecidas’ torturas y vejaciones…); y de los telediarios (solo un bando tiene la razón, ‘el nuestro’); y de la juguetería tradicional (sigue viendo a niños jugar con metralletas de plástico y cuchillos a lo Rambo, ¿a que sí?); y de ridiculizar a quienes salen a las calles para exigir el fin de toda esta locura (<<míralos, ya están los cuatro hippies pacifistas raritos de siempre, viviendo en su mundo de Yupi…>>); y, yendo más allá, a través de los videojuegos (revisa a qué juega tu hijo adolescente en la pantalla del ordenador o del móvil, y tranquila, que aunque lo parezca, la sangre de los tiroteos no salpica); y del lenguaje beligerante que vemos en casi todos los terrenos de lo cotidiano (he ahí el futbolero, donde abundan titulares tipo “infierno en las gradas”, “arrollar al contrario”, “someter al rival”, “masacre”, “goleada humillante”, “obús”…); y, en definitiva, a través de mil formas más.
Así, volando entre cielos y nubes rebosantes de puertas abiertas, alegría, banderas patrias, juego, diversión y música épica, es como, día a día, damos normalidad a la cultura de las armas, las guerras y la muerte. Tan normal lo vemos, que ir un soleado sábado con amigos y familiares, incluso con nuestros hijos, a ver los vuelos imposibles de aviones militares de última generación, nos parece un planazo. Y vamos y lo gozamos. Aunque esos aviones sean los mismos que, pocos días después, descargarán sus cañones, bombas y misiles sobre las cabezas de otras familias. Pero, claro, esas otras familias están bien lejos de aquí. Y, admitámoslo, parece que en nuestro entorno ha triunfado un triste refrán: Ojos que no ven, corazón que no siente…