Tras repasar ayer algunos de los asuntos más noticiables en la España ‘socio-mediático-política’ de hoy, así como citar algunos de los que más interesa tapar (de índole socio-económicos, la mayoría de ellos; aunque nos quedaron otros por mencionar: los desahucios, la expropiación de tierras particulares y/o comunales por parte de grandes capitales especuladores, etc.), hoy expondremos algunas conclusiones a partir del No es tiempo de callar parte I/II. Pero, antes, reseñamos un dato: Que los medios de mayor audiencia seleccionen unos temas y dejen fuera otros, no es baladí. Tiene su porqué. Y la clave está arriba, no tanto en quienes trabajan en la redacción, sino en quienes mandan (los jefes, los amos): repásense los accionariados de los principales medios de comunicación de este país, sobre todo, de los televisivos (el famoso “las elecciones se ganan en la tele” aún domina en España). Medítese sobre la confección de sus escaletas o sobre el lenguaje de sus noticias, titulares, invitados a ‘debatir’… He ahí el modo de buscar que la ciudadanía asimile ideas que, en muchos casos, no casan con la realidad (no pueden ser contrastadas), pero que, al ser lanzadas en patena de atractivo morbo, resultan fácilmente consumidas y reproducidas por el receptor/a.
Y ahora sí, aquí unas poquitas conclusiones -personales- en base a lo anterior (algunas de esas frases tan presentes en los medios o en la calle fueron analizadas ayer). Sentires que son el resultado de un producto bien elaborado (construir y repetir a diario los mismos relatos) y que, al apenas existir medios generalistas de visión contraria o divergente (flaco favor a la ‘democracia’), prevalecen.
“En España no hay fascismo”…:
De lo que más se escucha últimamente (analicen quiénes lo dicen y dónde suelen hacerlo). ¿Seguro que en España no hay fascismo? Claro que lo hay. Aquí y en muchos otros Estados. Diferente es que tildemos a España de ‘país fascista’. No es el caso, pues, afortunadamente, no es corriente mayoritaria. El problema, empero, apunta a que cada vez son más las voces que abrazan o compadrean con postulados de ese corte (sí: de corte fas-cis-ta). Voces de élites que hoy se han vuelto populares y que normalizan su jerga: ‘bromas’, discursos como los leídos en la parte I/II de este artículo, asimilación de ideas, alianzas políticas… Así es como, aun sin ser alguien fascista, se le abre la puerta a esa doctrina. (La historia reciente de Europa nos ha legado ya suficientes ejemplos de lo que provoca meter en casa a semejante elefante…). Así asimilamos mensajes que tanto retroceso generan en materia de derechos civiles; que tanto dañan la convivencia en/de las sociedades; y que tanto sufrimiento suponen para tantísimas personas.
Así pasa que, a veces bajo grito exaltado, y otras con suave voz aterciopelada, los representantes políticos que protegen a los terratenientes y a las élites adineradas, digan defender los intereses de “la gente sencilla, la de los barrios humildes, la del campo, la que lo pasa mal”, y que, a pesar de lo obvio de semejante insulto disfrazado de ‘mensaje serio’, consigan encontrar apoyos entre esas gentes humildes. Así pasa que se escuche a chavales de 16 años repetir que “la violencia machista no existe”, que “machismo y feminismo son igual de malos”, que “el Cambio Climático es falso” o que “Franco trajo cosas buenas a España”. Así pasa que estemos hablando (¡incluso debatiendo!) sobre cuestiones que nuestra sociedad había superado hace 20 o 30 años, o sobre derechos que ahora son atacados y que durante tanto tiempo lucharon y lograron hacer realidad personas de diversas ideologías que, en el camino, sufrieron llantos, dolores, agresiones, exilios, persecuciones, encarcelaciones o incluso perdieron la vida.
Así pasa, también, que casi todas las cadenas de televisión en abierto entrevisten con frecuencia a miembros de Abogados Cristianos o de Hazte Oír, o incluso (esto es fuerte) al germen de un grupo parapolicial de inspiración neonazi, muy seguido en redes sociales, protegido por muchos abogados asesores, y cuya financiadísima campaña de blanqueo nos lo(s) presenta como un “recurso necesario para recuperar nuestra casa”… Así pasa que los telediarios emitan tan alegremente declaraciones sobre los “peligros del comunismo que nos acecha”, y del “feminismo mal entendido”, y del “ecologismo radical”, y que con similar ‘objetividad’ emitan ese alucinógeno “papel de Madrid en la reconquista de las Españas” (suena a siglos pasados, a Millán-Astray, a Queipo, pero son las cosas del responsable de comunicación de I. D. Ayuso). Así pasa que la obsesión por “marcar la agenda cultural”, por “enfrentar la ideología woke” y demás paparruchas del nuevo aparato censor aumenten su eco. Así pasa que, para parte de la sociedad, todo esto sea normal. “¡No exageren, no es grave!”. “¿Que soy equidistante? Po vale”… ¿A qué les suena? Hace décadas que Hannah Arendt lo ilustró: la banalización del mal; la no implicación política de la ciudadanía. La indiferencia versada por Martin Niemöller.
Llegados a este punto, seamos claros:
Que sí, que todo esto parece servir de poco. Que llamar al ‘miedo contra la ola reaccionaria’ no surge efecto. Que el “¡libertad y cubata gratis!” funciona mejor. Y funciona mejor el “quitemos consejerías, ministerios y chiringuitos para reducir gastos” (aunque luego, quienes eso dicen para gobernar, acompañen la supresión con enormes subidas de sueldo y asignaciones). Y funciona mejor el “¡ilegalicemos a nacionalistas e independentistas!” o el “¡Gobierno ilegítimo!” (si algunos entendieran el peligro de esos mensajes para una democracia…). Y funciona mejor el convencer a jóvenes de que son “rebeldes” si gritan Que te vote Txapote, o si van de “políticamente incorrectos”, de “antifeministas”, de “antiinmigración” (ellos/as, tarde o temprano, también emigrarán) o de “antiAgenda 2030” (vamos, de antisiglo XXI). Y funcionan mejor las medias verdades (mentiras) no rebatidas (“Feijóo gana/arrasa el ‘debate’ cara a cara”, nos vendieron ayer casi todos los medios de masas. El ‘ya to da igual’, a tope. Triunfo de la ‘democracia TV show’. La dupla Bannon-Trump marcó el camino hace años, y la estela perdura: cuanta más audiencia, más cantidad de datos falsos -y desmontables- puedes soltar. Catapultando a un triunfador. Porque, ¡ojo!, eso no es populismo). Y funciona mejor el trumpismo de copia y pega (“Haremos España grande de nuevo”). Y funciona mejor el ponerse chulo e incumplir normas (los diputados están obligados a entregar en el Congreso una declaración de bienes -dinero que tienen- y una (decl.) de intereses -dónde han trabajado los 5 últimos años, si colaboran con organizaciones de algún tipo, de quién han recibido dinero/regalos, si ellos donan dinero/regalos a organizaciones, partidos o fundaciones, etc-. Todos los diputados/as lo cumplen, menos -¡sorpresa!- los de Vox. ¿Esconden algo? Ahí un “partido transparente”). Y funciona mejor el decirle al veinteañero repartidor de pizzas precarizado, o a la trabajadora de la limpieza, que odien a Rufián y a Matute porque, supuestamente, “quieren romper España” (aunque sus formaciones hayan sacado adelante medidas que mejoran la situación socio-laboral [empleo, sueldos] de esos trabajadores), y que confíen en partidos “patriotas” (aunque los ‘patriotas’ votasen en contra de medidas que mejoran la vida esos mismos trabajadores, es decir: en contra de subir sus sueldos, de dificultar el despido, etc).
Que sí, que ya sabemos todo eso (Santiago Alba Rico lo desgrana). Cada uno/a allá con su apoyo a unas propuestas u otras. Solo un matiz más: Volver a políticas, medidas y debates de décadas atrás. Eso es lo que está en juego, y no solo el 23J, también ayer, hoy, mañana. Apoyar tal regresión es una opción. Respetable. Quedarse parado/a y no hacer nada, otra. Pero también hay alternativas: y si nos ceñimos a las elecciones, una de ellas pasa no por votar -o no votar- porque se tenga miedo a. Sino al contrario: votar precisamente sin miedo, con valentía, sin arrugarse. Votar para decir: “Aspiro a una sociedad que conviva a base de inclusión, no a una enfrentada por las fobias”. Y a partir de ahí, que cada cual haga lo que crea mejor. Pero el “yo paso de la política” o el “todos son iguales” ya no cuelan. No todos los proyectos políticos proponen lo mismo.
Posdata: Hacer política no es solo votar cada 4 años. De hecho, es mucho más. Hay miles de personas implicadísimas en política (no la institucional, sino la más importante, la que se hace a diario: en colectivos, en charlas, en el trabajo, en organizaciones, en la calle, en cooperativas, en ateneos, etc.) que, sin embargo, no se sienten representadas por papeleta electoral alguna. Y, así, deciden abstenerse. Otra opción absolutamente respetable. Y profunda. Estas líneas no ponen el foco en ellas, sino en quienes, además de no votar, y sin sentirse necesariamente apartados del sistema, optan por “pasar de la política”, por no implicarse, voluntaria y conscientemente. Eso sí es indiferencia total. Eso sí es connivencia con cualquier tipo de consecuencia posterior.
Casi lo olvido: toca insultar a Irene Montero:
Que ahora está de moda sumarse a la cacería. Resulta fácil odiar a quien te dicen que tienes que odiar. Resulta fácil repetir los titulares en bucle de los tres o cuatro canales de siempre (más Losantos o Herrera): ¡Ha soltado a violadores!, y bla bla. Resulta fácil mirar para otro lado aunque, en teoría, no veas bien ninguno de los supuestos anteriores. Resulta fácil omitir los avances logrados por su ministerio en pocos años (más recursos contra el acoso digital o contra los estereotipos en el ámbito judicial, ley de Garantía Integral de Libertad Sexual, igualdad de derechos para más tipos de familia, reconocimiento de la diversidad sexual en materia de derechos, protección de la infancia y la adolescencia frente a la violencia, avances educativos contra la desigualdad de género, más vías de contacto para denunciar malos tratos, más asesoramiento y protocolos de actuación -“Si los asesinatos machistas siguen ocurriendo”, suelta alguno. ¡Por eso es necesario ampliar y mejorar estas herramientas, so ***!-, Plan Nacional contra la trata de seres humanos, planes de corresponsabilidad en los cuidados de menores, ayuda a trabajadoras temporeras con condiciones laborales nefastas, puntos de información en cada vez más fiestas o aglomeraciones de gente, a los que se acude para, por ejemplo, avisar de posibles agresiones -medida que a tanta gente está ayudando, como vemos estos días en los Sanfermines-; mejoras laborales históricas en sectores de trabajo mayormente efectuados por mujeres, que por largo tiempo han sufrido: nulo reconocimiento en la Seguridad Social, no estar dadas de alta, cobrar mucho menos -o no cobrar-, no cotizar, no reconocimiento de enfermedades profesionales… Total, “no ha hecho na de na”, según algunos). Resulta fácil…
Aunque, pensándolo mejor, va a ser que no. NO rotundo, alto y claro. No todos contribuimos a tan desquiciada corriente, ni callamos ante tan injusta realidad. Así que, sirva de poco o de nada, aquí mi enérgico rechazo a la feroz campaña (política y personal) desatada contra esta representante pública y contra su ministerio de Igualdad. A algunos les escuecen demasiado los avances en materia feminista, avances sociales: benefician a toda la sociedad. Pues bien: a rascarse, no les queda otra. Porque esos avances calan, son ya una progresiva ola de concienciación. Y la ola no parará. El tiempo pondrá a cada uno/a en su lugar.
Hasta aquí la parte II. Mañana, última de esta serie de artículos sobre análisis del discurso mediático-político y sus consecuencias sociales. En la parte III trataremos asuntos de temática internacional, asuntos que, de una manera u otra, nos incumben a todas las personas. *Reflexión final: nadar a favor de la corriente, además de ser fácil, lleva al ancho mar, donde todo se desparrama y se confunde. Sin embargo, nadar a contracorriente, no porque sí, sino cuando se está convencido de ello, puede ayudar a alcanzar el manantial, allá arriba, donde el agua nace y brota clara; donde el sonido es más limpio, y más sano el aire. A veces, digo, se llega a vislumbrar el manantial.