Asunto Semana Santa. O, mejor dicho, asunto cofrade empleado como velo de cuanto prefieren eludir los adalides de la religión mayoritaria por estos lares… Y ahora sí, retomamos el título: si no eres capaz de -querer- ser autocrítico/a, te estarás anclando en el escaso recorrido de lo ya sabido por (casi) todos: las distintas explicaciones históricas, culturales, sociales, religiosas, políticas o filosóficas que amalgaman la base antropológica de por qué lo cofrade tiene el tirón que tiene aquí, en el sur peninsular. Base que resiste gracias a conclusiones válidas, y gracias a otras documentadas y reconocidas, pero también gracias a otras sesgadas e interesadamente toqueteadas para seguir siendo izadas cual bandera que resuelva todas las dudas y que ‘arrase’ con las posturas divergentes.
De nuevo, y antes de continuar: no vienen estas líneas a profundizar en la relación entre el pueblo andaluz y el elemento cofrade (mucha y mejor bibliografía, firmas, voces y/o trabajos hay sobre ello). Vienen, en paralelo, a recordar tres detalles: 1º, no toda esa documentación ni voces expertas repasan dicho vínculo con fingidos ni forzados retazos de feliz unión; 2º, la Semana Santa es, en muchos puntos de por aquí abajo, un fenómeno más unido al roce, al barrio y a la idiosincrasia que a la convicción por ‘lo santo’, por más que les pese a algunos curas y cardenales; y 3º, por mucho que también a algunos les escueza, siete días rebosantes de celebración, costumbres familiares, bulla y ambientazo en las calles, cornetas y tambores, palios cimbreantes, costeros, bares hasta arriba, colocón de incienso, borrachera de torrijas y algo de devoción NO deberían de servir como tapadera para ese cúmulo de acciones cotidianas que hacen de la Iglesia una de las instituciones más liberadas de todo tipo de explicaciones, sanciones, rendición de cuentas, controles o cualquier otra forma de tener que responder ante el Estado/Justicia cuando la situación lo requiera, como al resto de órganos se exige. Y a continuación, solo unos cuantos ejemplos (muy diferentes entre sí) de cómo esa anacrónica realidad se traduce en el día a día:
1. Desde hace décadas, en una de las capitales de nuestra comunidad es perpetrada una de esas prácticas que avanzan en silencio, entretejiendo lazos cómplices, presentando luego manipulados actos al público, cerrando la cremallera de las voluntades que denuncian sus planes, tratando siempre de constreñir la apertura de los tiempos (y sus legados históricos y su diversidad socio-cultural) a la pinza dogmática que te esposa a la caverna y te impide comprender la realidad tras las sombras: la jerarquía del obispado de Córdoba, en connivencia con la Consejería de Cultura (Junta de Andalucía), sigue dando pasos en su obsesivo intento por borrar toda huella islámica-andalusí de la Mezquita, una de las grandes joyas no solo de la arquitectura de la ciudad omeya, sino de la creación artística a nivel mundial. Obsesión, también, por eliminar todo tipo de admiración y estudio de lo mejor de Al-Ándalus entre la ciudadanía. Y por enterrar una parte (fundamental) de la Historia e imponer una visión única. Y por revivir una especie de cruzada por lo bajini, despreciando cualquier atisbo de multiculturalismo y, no digamos, de entendimiento y buena convivencia entre religiones. Es decir: fundamentalismo (católico, en este caso) en toda regla. Y dejación del Estado (aconfesional en el caso de España, que no se olvide), el cual, incomprensiblemente, se desentiende de la gestión de un valor cultural tan importante, callando, así, ante las exigencias de las sotanas. Una vergüenza. Y una pena.
Ojalá las y los cordobeses (no solo la Plataforma ciudadana Mezquita Catedral) no desistan y sí logren que la razón prevalezca. Ojalá la RTVA, tras horas y horas de retransmisión en directo en carreras oficiales y salidas procesionales durante, se atreva a informar más y mejor sobre este asunto durante los otros 358 días del año. Ojalá un patrimonio del pueblo lo gestione el pueblo, y no la Iglesia ni ningún otro tipo de ente interesado. Y ojalá la eterna obsesión ideológica-religiosa de algunos poderes cese de una vez, y no borre algo tan esencial de nuestro pasado, presente y futuro.
2. Convendría no olvidar el acontecer histórico que las religiones monoteístas han conllevado para la humanidad, las luchas por dominar el mundo (y por colonizar la mente de las personas) que siempre protagonizaron, el inagotable caladero de guerras que supusieron, los muchos menos casos de acuerdos o comportamientos trascendentales para la paz y la unión de las diferentes fes que fueron llevados a cabo, sus oposiciones a la ciencia, las maniobras inquisitoriales, la apropiación ilegal de patrimonios públicos y privados de carácter artístico, residencial, etc., las ventajas fiscales, o la participación que sus liderazgos fácticos (no las religiones per se, como con todo lo demás) ejercieron en tantos y tantos movimientos militares o ideológicos que significaron poder, tierras y riquezas para algunos, y dolor, desaparición y sometimiento para muchos más. (En clave más contemporánea, qué decir acerca de la casi nula actuación sobre la trama de bebés robados o sobre la de abusos de menores -en la Iglesia católica-, sobre el peso que alas como la evangélica ejercen en los gobiernos más poderosos -como en EE. UU.-, sobre las bombas puestas en nombre de dios -rama radical del islam- o sobre la ocupación de tierras ajenas y el genocidio contra otros pueblos “siguiendo la palabra de dios” -gobierno y ejército judíos de Israel en su aniquilación de Palestina-). Nada que no se sepa.
Como tampoco es desconocido que, a pesar de las corrientes de poder que elevaron a lo indeseable el uso de las diferentes ‘religiones verdaderas’, siempre hubo, hay y habrá quienes, desde dentro de las mismas creencias, denuncian los comportamientos de los peces gordos y recuerdan que, más allá de las apariencias y las mentiras que transmite toda planta noble de las grandes religiones, sus valores verdaderos no están en las connivencias para con jefes de Estado, ni en la adoración de retablos bañados en oro, ni en el enfrentamiento con otras fes, ni en los discursos excluyentes o racistas, ni en sembrar el terror bajo el nombre de este o aquel dios, ni en los predicadores vendidos, ni en la ostentación, ni en todo ese potencial de humanismo perdido; sino que sus valores más profundos están mucho más ligados a la paz y al acercamiento entre mentalidades/credos diferentes, a la austeridad, al amor para con el vulnerable, a la generosidad, a la conexión con la meditación y no con lo material, a la denuncia del abuso de poder o a la consecución de derechos y justicia para todas las capas. Entonces, como consecuencia de este dato, he a continuación algunas cuestiones:
¿Por qué esto último, que está en las raíces mismas de las religiones que hoy sustentan los que se enriquecen a base de ellas propugnando lo contrario, ‘llega’ menos? ¿Por qué esas voces más (auto)críticas parecen no existir? ¿Por qué se impone a ultranza la defensa o, cuando menos, la ocultación de lo contrario? ¿Somos capaces de reflexionar sobre ello sin dramatismos ni rasgados de vestiduras? ¿Somos capaces de hacerlo sin caer en los absurdos “¡ateo, agnóstico!”, “¡reniegas de lo nuestro!”, “blasfemo!”, “¡provocador!” o “¡no tienes ni idea!” de turno? Por lo pronto, y como el profesor y activista social Miguel Santiago (implicado con movimientos por los derechos humanos, la igualdad, la interculturalidad y la interreligiosidad) se pregunta al final de este artículo, sería interesante que más de uno (máxime si su fe es, por ejemplo, la católica) se preguntara: ¿Qué tiene que ver lo que supuestamente defendía aquel joven palestino de Judea hace dos mil y pico años con lo que hoy sustentan quienes se adueñan de la religión que tiene en su figura un eje central? Es decir, ¿en qué se asemeja lo que esa persona en teoría defendió y trató de transmitir con lo que en la actualidad se pregona desde los púlpitos y sus despachos (incluso desde la dirección de muchas hermandades cofrades)?
Y 3. Un ejemplo mucho más de andar por casa (por la calle, en este caso). Hace unos días, al visitar a mis padres en Morón y salir a dar una vuelta con ellos, me ve un amigo, se me acerca y suelta: <<Hombre, míralo, el que dice que no es capillita ni cofrade ni creyente, pero aquí va, camino de ver el paso de hoy>>… Pues eso, que precisamente para evitar la pesantez de semejantes frases-bucle es por lo que resulta tan importante reflexionar sobre ejemplos y situaciones como las aquí traídas. Si no, es lo de siempre: argüir lo mismo, repetir lo mismo, ignorar lo mismo…
Estar alerta no solo para criticar lo ‘opuesto a lo tuyo’, sino sobre todo para tratar de entenderlo e incluso para ejercer un poquito de autocrítica de ‘lo tuyo’, es emprender un buen camino para hacerte capaz de observar un asunto de modo más maduro, más completo. No olvidemos que la valoración de religiones y dioses como creación de la mente humana (y de sus necesidades), al igual que cualquier otra creación de índole más material, filosófica, científica, etc. (con todo el respeto para quienes entienden que, al contrario, el origen de todo es un ‘dios verdadero’, el cual le da al ser humano la posibilidad de crear cosas, plantearse dudas, hacer preguntas o estudiarlo todo a través de las religiones), enlaza con el hecho de que, desde hace miles y miles de años, innumerables gentes del pasado en diferentes lugares del mundo crearon y/o creían en diferentes dioses (con diversos nombres, formas, tipos), al igual que son hoy muchos los millones de personas que también creen en un dios (o en varios) y que profesan una religión, y que no quepa duda de que, pasados ‘x’ cientos de años, existirán nuevas religiones y seres divinos que contarán con millares de fieles.
Por todo ello, y de vuelta a la manifestación cofrade de cada año, la defensa de cuanto supone la Semana Santa ‘a la andaluza’ para tu entorno cobraría seguramente más sentido si te atrevieras a ejercer la crítica contra una infraestructura eclesiástica que no solo guía los hilos de lo cofrade como desesperado sendero de captación (a pesar de que, como hemos visto en links anteriores, la curia diocesana no comulgue con el hecho más popular y tradicional de la Semana Santa, pues preferiría que la raíz de su exaltación fuera por la ‘creencia en el mensaje de la Iglesia’), sino que, sobre todo, se parapeta tras el clamor popular que lo envuelve (a lo cofrade) para evitar que se debata sobre los inauditos tratos de favor que esta institución recibe en pleno 2023. Y esa mirada no te convertiría en ‘menos cofrade’.
Posdata: sí, me encantan las torrijas. De hecho, y por mucho que algunos las concibáis como un mero dulce <<que aquí se come en Cuaresma, como tiene que ser, de toda la vida>>, yo las cocino y las como todo el año. ¡Y qué ricas me quedan!