Cuando huelen sangre, ciertos tipos de animales se vuelven locos del gusto, y salivan, y se excitan, y echan espuma por la boca. Sienten cerca la presa (que generalmente está herida, o ha sido debilitada, o está sufriendo ya el ataque de otras jaurías) y se les revolucionan las hormonas. Abren los ojos, ensartados en ira. La recompensa de poder morder y reventar a la víctima la vislumbran más factible. La de sumar adeptos a la caza, también. Así que, sin pensarlo en demasía, ladran, rugen, se aporrean el pecho y, tras comprobar que no están solos para asestar el golpe definitivo y sí en manada, sacan a relucir sus afilados colmillos y se lanzan como pirañas al despedazamiento, el cual, además, les producirá un regocijo aún más placentero si otros (animales) pasivos observan la cacería y, por qué no, se suman al carro de la impulsiva y visceral orgía.
Una hiena que, viendo al ser acosado rodeado por la presión, ríe cachonda e idea la estratagema que le ayude a rapiñear el plato con su hocico. Esa sabandija que no cesa en su hormigueante labor de desquicie con quien tiene al lado, buscando marearle la perdiz. La víbora que se arrastra en silencio para, en cuanto tiene ocasión, mutar en tiburón y propinar diestros bocados a cuanto se le ponga por delante. El caimán que espera, paciente, a que le caiga el trozo donde descargar su mandíbula. Los viejos dinosaurios que, a poco que despertamos, siguen ahí (por mucho que, en ciertos casos, hayan mudado las afeitadas escamas por corbatas, libros o looks casuals).
Otras veces, el animal sediento de protagonismo no soporta que las cosas no le salgan como desea, así que intenta alcanzar su objetivo cueste lo que cueste, aunque sea a base de embustes, miradas inocentonas o quiebros de última hora. “Maniobras de listos”, se vanaglorian. Reyes del engaño. Arpías cuya demagogia engatusa. Buitres que miran de reojo la carroña. Cuervos ‘agradables’ en el trato pero bestia(le)s por dentro.
Nada nuevo. Hace más de 700 años fue reflejada en el Llibre de les Besties (Ramón Llull) una suerte de lawfare de la época mediante el cual, zorros o leones intentaban desestabilizar el poder de la Corte a base de explotar temores y falsedades. Hace tres décadas, un grupo de espantapájaros con forma de Calabaza cantó acerca de un lobo que, junto con camellos, cerdos, etc., rondaban las casas en busca de drogas que saciasen el mono en vena, atrayendo la muerte al barrio. O qué decir de aquella viñeta con la que el genial ilustrador Eneko nos mostró que ciertos aguiluchos, antes de abandonar el nido por largo tiempo asaltado y habitado, dejaron bien calentitos unos huevos que, con el tiempo, depararon polluelos que en la actualidad tratan de imitar -ya en edad madura- al alado gestante.
Pues bien, esta amalgama de especies animales está últimamente on fire. Unos fieras, sabedores de que su falta de escrúpulos contamina más que nunca. Pican con mayor frecuencia. Muerden con más vehemencia. El veneno inoculado es más tóxico. También al mundo de la zoología llegan los adelantos tecnológicos, internautas y mediáticos, y como entre quienes gestionan dichos generadores de contenidos hay poderosas alimañas que encubren estos atributos, nada mejor que aprovecharlo y convertir esta en una época dorada para ellos, prolongada en un perenne día de la marmota. Así se reproducen. Así se extienden por todas las ciudades y pueblos de la reino-selva de España, donde la frontera entre la cordura y la maldad sufre el riesgo de ser decantada en favor de la segunda debido a emisarios que, cual gaviotas volando de cara al sol, sacan a pasear su hiriente pico para piar sin piedad: despotrican sobre quienes prefieren alimentar a palomas de la paz; viralizan y secundan mensajes rebosantes de odio a raíz de matanzas de lobos solitarios; escupen insultos contra la unión de especies de todos los tipos que se juntan para exigir más justicia e igualdad; reclaman muros y jaulas asesinas que impidan moverse libremente a otras criaturas; critican las medidas que persiguen proteger nuestros hábitats; aúllan para atraer a más gorilas embrutecidos -generalmente machos, aunque no solo- que, ataviados con gríngolas, alienten sus ataques… Todo vale. La cuestión es apuntar contra aquellos ejemplares de la enriquecedora y variada fauna que muestran sus plumas con orgullo, que mezclan con amistad sus costumbres, que cantan en otras lenguas, que lucen sus pieles de otros colores o que, en definitiva, son ‘diferentes’ a lo que los del colmillo afilado definen como “lo nuestro”…
Mensajes y actitudes que vemos últimamente en cualquier rincón de la selva, desde la barra de un bar hasta una columna de opinión locutada y/o escrita, pasando por la cola del bus o el ruidoso ladrido de las redes sociales (jungla hostil donde las haya).
Por todo ello, es importante no devenir en oso perezoso ni dejar que todo nos resbale. Convendría estar atentos/as para no caer en las garras del odio. Combatir la mentira premeditada o los ataques a colectivos vulnerables siempre hará mejores a las sociedades, por mucho que la verborrea de los gallitos reaccionarios 2.0 lo tilde -en modo despectivo- de “buenismo”, “corrección política” o “ser woke” (qué cosas, ofenderse porque sus prácticas y actitudes excluyentes sean denunciadas. En fin…). Y hablando de gallos, precisamente Morón alumbró hace siglos la inmortal leyenda de un déspota chuleras que se creyó Gallo del corral y que terminó huyendo cuando la ciudadanía se hartó de sus continuas mentiras, sus amenazas y su provocación de miedos. Así se le acabó el cuento. Una cura de humildad, en toda regla.
Ojalá estos tiempos acojan muchos ejemplos más de curas de humildad. Ojalá la diversa comunidad de animales que convivimos juntos no ceda ante quienes, con sigilo, acechan agazapados a la espera de noticias con las que sacar colmillo, difundir sangre e incitar recelos. Ojalá, aquí y allende los mares, una mayoría de gentes, pensamientos y sentimientos sea capaz de mostrar que la excepción no representa a la regla, y que la ética del conjunto es más digna y más enérgica que los intentos mezquinos de algunos de sus endiosados cachorros. Ojalá los intereses del vampiro individualista o los del lobo con piel de cordero dejen de expandir sus telarañas. Ojalá. Porque resulta ya insoportable el dolor que sus mensajes provocan en buena parte de la población.
(Posdata: pobres animales no humanos, ¡qué habrán hecho ellos para que les carguemos alegóricas cualidades que solo la maldad propia de las personas es capaz de amamantar!).