En pleno centro de nuestro pueblo hay una calle llamada Vicario. Puede que alguna/no de ustedes, leyendo ese nombre, se quede pensando, en plan: “¿Ein?” (yo el primero, hasta hace no mucho, lo admito). La calle en cuestión, más que calle, es callejón: el popularmente conocido como Callejón del Pescao (“¡ahora sí!”). Pero no queda ahí la cosa: resulta que, en el mundillo del carnaval moronero (quien dice ‘mundillo’ dice un universo inmenso), la Calle Vicario o Callejón del Pescao recibe otro apellido, uno colorido, inspirador y que, con tan solo nombrarlo, lo dice todo: Calle Alegría. Y eso es lo que, además de otros muchos momentos y sentimientos, vivimos el pasado 17 de junio: ¡la alegría de compartir una maravillosa (grandes, Álvaro Valiente y Emma Domínguez) tarde-noche de carnaval!
El calor del inminente verano hizo tela de estragos, cierto… Pero, ¿y qué? ¿Echó eso pa’trás a la gente? ¡Nanai! La siempre atenta barra de la Peña el Siguerín se encargó de que no faltasen refrigerios, bien fresquitos, para aliviar el ladrillazo sofocante con que las altas temperaturas martilleaban nuestras cabezas. Muchas cabezas, por cierto. Resultó emocionante ver el ambientazo de ese callejón con gente que llegaba hasta la esquina. Y el resto (que fue tela marinera, y de la buena) lo pusieron las coplas.
Lo vivido el pasado sábado da para mucho más que lo que estas líneas traen. Pero, sirva esto como resumen y agradecimiento (agradecimiento de parte de quien esto escribe, pues, tras tantos años fuera de Morón, y siendo carnavalero jartible como soy, siempre digo que nuestro carnaval es uno de esos círculos que me están permitiendo reengancharme a mi pueblo desde que regresé por aquí cerca, y conocer a muchos personajes que hacen de la fiesta, día a día, un símbolo único de celebración, resistencia y reivindicación en nuestra tierra).
Lo vivido el pasado sábado, decía, fue la XIII edición del Festival del Jamón (jamón que, aunque ese peaso de Manolete Olmo -lección de vida constante- dijese que se lo llevaría él, fue repartido a to’ quisqui. ¡Ome porfavó!). Sobre el tablao dispuesto a mitad del callejón sonaron y se mencionaron letras míticas de nuestro carnaval (Arrieros por aquí, Tartessos por allá, y un largo etcétera), presentaciones inolvidables, pasodobles de los que escuecen (esa Sierra que nos la quitan a bocaos avariciosos; ese alcalde que sigue apoltronado, diciendo mucho y haciendo poco; esos moroneros a los que tanto les cuesta apoyar las protestas…), cuplés con mucho arte, estribillos convertidos en patrimonio, rimas, pedacitos deliciosos de popurrís que tanto pegaron en los últimos años, letras inéditas, ¡hasta chistes! Todo ello, entre merecidos recuerdos y guiños (sencillos y bonitos, que es como más bellos resultan los homenajes que salen del corazón) a algunos de los nombres, barrios o peñas que han hecho -y hacen- grande nuestra fiesta: Antonio Olmo, Juan Luis Laranla, Maleni, José M.ª Carrillo, Adela, Antonio Escobar, Perrequeque, Belinda, er Cajita, Pecholata, ‘Gordo’ Morales, Garrocho, San Francisco, la Piscina, las niñas de El Rancho…, unos presentes, otros no; sin olvidar a “quienes, desde hace años, hacen carnaval con mayúsculas y que, sin embargo, nunca han salido en agrupaciones, ayudando en otros muchos aspectos”, como bien dijo Paco Olmo).
Y mirabas a un lado y veías a Isa González. Y mirabas a otro y estaba David ‘Moro’. A pocos metros, Rocío Valle. Cerca de la pared, Richard. Y aquí y allá, Noelia Mena, y Carlos Pol, y Paco Escalante, y Ana Belén, y Kisco, y Javi Segovia, y Peón, y Manolo Olmo hijo, y los artífices de carnavaldemoron.com, y la gente joven que ya coge el relevo, y cantidad de niñas/os, y decenas de aficionados de los que nunca fallan… Lo dicho, ¡maravilloso!
Disfrutamos lo más grande con Las pastafloras de la Frontera y dos petisús blancos; el romancero La niña de la curva 3.0 (me cuentan que Jero y Gerardo acabaron constipados, del ‘frío’ que pasaron con esos disfraces…); Richard al cuadrado y tres Valientes a su lado; Dejarse de preferia, y venid más a la Peña; Venimos mu verdes; Si me tomo un cubata más en la verbena, me coge nochebuena; Los Olmo. Murga familiar, y lo que a la postre surgió. (¿Se pué estar más sembrao con los nombres!). He ahí los rebujillos de agrupaciones e integrantes que tanto nos hicieron reír y aplaudir.
Y así transcurrió el rato, hasta bien entrada la madrugada, en aquel rincón de la ciudad del Gallo, rincón con encanto donde los haya. Ocasión de las que sirven para recordar (no lo olvide nadie) que el carnaval es diferente a todo lo demás porque, a través de sus músicas y sus letras, el pueblo le canta las cuarenta a quien haga falta, ya sea al Poder más poderoso, a la religión más acaparadora, al facha más recatado o a la autoridad más abusiva. Nada ni nadie escapa de la crítica o de la guasa de esta fiesta, la fiesta humilde y creativa de los de abajo, de la calle, muchas veces de los Nadies, de los que ejemplifican el significado más bello de la palabra libertad. Por eso (y por muchas otras razones), el carnaval no se celebra solo un día, un finde o un mes al año. El carnaval se hace (se canta, se tararea, se toca, se escribe, se lee, se escucha, se estudia, se goza, se defiende) todos los días del año.
Es lo que tiene este fenómeno, que escapa a toda lógica uniforme y que, por el contrario, abraza lo diverso y se transforma constantemente. Es lo que tiene el carnaval, que una vez que te pica, te enamoras. Es lo que tiene el carnaval de Morón, que desborda lo que da nombre a ese veraniego callejón: Alegría, ¡mucha alegría!