<<El deporte tiene el poder de cambiar el mundo>>, Nelson Mandela.
En estos días de fútbol y de Mundial de Qatar hasta en la sopa, pareciera que, tras un mes de competición, ya toda la polémica pertenece al rincón del silencio. Mucho se escribió y se habló en los días previos al comienzo del torneo sobre las muertes ocurridas como consecuencia de las condiciones extenuantes e ilegales en las que los obreros fueron obligados a trabajar construyendo los estadios, y sobre los derechos fundamentales que a diario ven cercenados muchas personas en dicho país, y sobre la corruptela pergeñada por el organizador del Mundial -la FIFA- para elegir la sede, una FIFA, por cierto, que ‘invitó’ a los capitanes de los combinados que mediante un brazalete querían reivindicar al colectivo LGTBI+ a “no hacer tal cosa, pues se exponen a sanciones”… Pero cuando la pelota echó a rodar, todo eso ‘dejó de importar’ y nuestros desvelos miraron a los goles y las pasiones. Así lo ordenaron la mercadotecnia, sus brazos mediáticos, don Capital, la publicidad, los parneles y todo el mastodóntico aparato que maneja este cotarro de masas.
En cualquier caso, como <<el fútbol es lo más importante de entre las cosas menos importantes de la vida>> (bueno, eso decía Arrigo Sacchi), he aquí unas líneas en torno a esas frases que tanto repiten en las últimas semanas aficionados, tertulianos, vecinos, y cuñaos: <<¡No mezclen, el fútbol no es política! ¿Por qué tendrían que reivindicar los futbolistas esto o lo otro en el Mundial? ¿Por qué protesta una federación nacional por lo que la FIFA decida o por lo que Qatar u otro país/Gobierno haga o deje de hacer? Que se dediquen a jugar. Que la gente vea los partidos que desee. Y luego, que los políticos arreglen lo que quieran>>. O sea, que “no mezclemos”, y que “nada tienen que ver fútbol y política”… ¿Seguro? A continuación, unos cuantos ejemplos, reflexiones o episodios (solo unos poquitos; podríamos pasarnos días sin parar de enumerar) que nos dan para meditar acerca de esas tan dudosas afirmaciones:
<<El fútbol es el deporte número uno, socialmente muy relevante, y por lo tanto, ya político por definición. Negar esta conexión y declarar que el fútbol es apolítico pertenece a una de las diez declaraciones más estúpidas que se pueden hacer>>, Ewald Liene, director deportivo del FC St Pauli, de la liga alemana.
‘Ganhar ou perder, mas sempre em democracia / Ganar o perder, pero siempre en democracia’, lema del movimiento de los años 80 Democracia Corinthiana, cuyo máximo exponente fue el futbolista y médico Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza, quien afirmaba: <<Yo siempre supe que estábamos haciendo política. El fútbol, creo, es el único medio que puede acelerar el proceso de transformación de la sociedad>>.
Los muchos casos de equipos y/o aficiones (Rayo Vallecano, Club Esportiu Europa, FC St Pauli, y un largo etc.) que entienden este fenómeno como una oportunidad cotidiana para transformar y mejorar los barrios donde el club reside; para ensalzar la convivencia por encima de la competitividad; para impulsar actividades de integración e inclusión social; para apartar de gradas y directivas a quienes, bajo ideologías racistas, homófobas o antidemocráticas, atacan a colectivos vulnerables y odian los derechos humanos; para tejer redes de ayuda mutua; para transmitir valores comunitarios…
Las situaciones narradas por Eduardo Galeano (amante del balompié) en su maravillosa El fútbol a sol y sombra (1995, Editorial Siglo XXI, varias reediciones), una obra con la que gozar, aprender y entender muchas cosas.
La creciente realidad del cooperativismo y el asociacionismo en el fútbol, sobre todo el de carácter amateur, aunque cada vez con más alcance en las orillas del fútbol de élite (inciso: el fútbol de élite…, ya saben, ese que los medios nos muestran a diario como el único existente o el único que importa, ya que no pueden decirnos que nos lo venden a todas horas por haberlo convertido en un producto generador de infinitos beneficios económicos para enriquecer a ciertos negocios/plataformas/multinacionales).
La lucha del fútbol femenino en los últimos años por alcanzar un convenio colectivo digno. O los casos de iconos deportivos que han declarado que lo justo es que <<tributemos más impuestos, puesto que ganamos mucho más>> y que han de hacerlo en el país donde cobran sus sueldazos, y no en paraísos fiscales.
La relación entre los inicios del balompié a nivel de competición organizada -2ª mitad del S. XIX- y la lucha de la clase obrera en Reino Unido. Y cómo muchos de aquellos logros significaron o ayudaron también en los distintos periodos de mejoras laborales y de conciliación en el último siglo y medio para la clase trabajadora en distintos países.
E ídem en otros deportes (las manifestaciones en Inglaterra o en Nueva Zelanda en los años 70-80 durante los international test matches de rugby para protestar contra la política appartheid de Sudáfrica; las visitas, también en el mundo del rugby, organizadas por las principales federaciones mundiales para ayudar a presos/as en cárceles de Argentina; los distintos boicots en diferentes torneos como medida de presión; el puño en alto bajo guante negro de Tommie Smith y John Carlos en los JJ. OO. de México’68 para apoyar el Black Power, en plena época de segregación racial en los EE. UU.…). En definitiva, y como Jürgen Klopp (entrenador del Liverpool FC) explicó hace unas semanas: <<Ahora todo el mundo, sobre todo vosotros, los periodistas, criticáis lo del Mundial en Qatar. Sin embargo, lo sabíamos desde hace 12 años, y todos callamos, también nosotros. No hicimos nada para detenerlo. Deberíamos haberlo hecho, pero no lo hicimos. Y hoy pretendemos quedar bien, a días de que comience>>. Así pues, a quien mantenga que “el fútbol y la política nada tienen que ver”: un poco de reflexión.
Por supuesto que el deporte profesional es una excelente vía para unir pueblos, educar a chavalería, empoderar causas y avanzar en igualdades sociales. Eso es política. ¿Crees que no sirve el que Harry Kane (estrella del Tottenham Hotspur FC y de la selección inglesa) y muchos otros jugadores porten cada domingo en la Premier League el brazalete de capitán con la bandera arcoíris, símbolo de paz, tolerancia y orgullo LGTBI+? Claro que ayuda. Del mismo modo que es política -en este caso, para restar- el mostrarse indiferente y de brazos cruzados cuando se tiene la oportunidad de dar un paso al frente y cambiar patrones que sobran ya en nuestra sociedad pero, sin embargo, no se hace nada. ¿Se acobardó el ídolo local Carl Ludwig Lutz Long en los JJ. OO. de Berlín’36 ante el régimen nazi que pretendía encumbrar la supuesta superioridad racial aria? Nanai: aceptó la victoria del estadounidense Jesse Owens (afroamericano) en la final de Salto de Longitud, y desde ese instante fraguó amistad con él. Y tampoco se acobardó en 2016 el quarterback Colin Kaepernick, cuando, aun intuyendo que sería el fin de su carrera, se arrodilló mientras sonaba el himno nacional estadounidense en señal de protesta por la brutalidad policial sufrida allí por ciudadanos negros, lo cual reimpulsó la fuerza del Black Lives Matter. Gestos que, aún hoy, siguen inspirando.
El fútbol también es política, como cualquier otra manifestación colectiva creada y/o participada por los seres humanos. Si queremos construir sociedades alternativas al consumismo, la exclusión, el clasismo o la violencia que actualmente imperan, el deporte es uno de los principales caminos que, basados en el respeto y la unión, transformarán esas sociedades. Y atreverse a dar ciertos pasos (portar un brazalete, mostrar una pancarta, ser activista o, si es necesario, negarse a participar en un evento) puede ser mucho más importante que ser sancionado o quedar fuera de una competición. Nadie dice que sea fácil, pero el bien social generado resulta mucho más admirable.
Firmado: un futbolero.