Corridas de toros. Becerradas. Novilladas. Caballos que, bajo el calor abrasador de ciudades con temperaturas altísimas, pasean a turistas sonrientes. Caballos y yeguas ‘elegantemente’ engalanados haciendo posible el lucimiento de trajes y vestidos en ferias, así como el traslado de peregrinos por largo trayecto hasta ese destino rebosante de devoción y jolgorio. Bueyes o mulas cargando y tirando del peso que haga falta, y durante las horas y días que sean necesarios. Lobby de la caza y sus diferentes modalidades situado en lo alto de los poderes de presión, minimizando el que ‘a veces’ haya determinadas especies animales que, en ese sector, no siempre reciban los cuidados y atenciones pertinentes. Refugios de perros y de gatos sin ningún tipo de política específica ni de ayuda oficial por parte del Ayuntamiento o del gobierno autonómico o estatal de turno. Partidos de polo o modalidades de doma y de carrera en las que los caballos, tras meses de máximo bienestar, son ‘tratados’ como atletas de máximo rendimiento a los que explotar hasta que revienten, suministrándoles todo tipo anabolizantes, curando de aquella manera sus severas lesiones, o cambiando de ficha cuando los titulares ‘no sirven’. Caballos de tiro y arrastre. Caballos a los que montar o tirar de la cola para ‘controlarlos’ al cortarles las crines, manteniendo vivo el tributo a una leyenda del siglo XV. Caballos saltando sobre hogueras de fuego…
Hablando de fuego: fuego en los toros embolados, y en los de júbilo, y en otras variedades con las que ‘flipar’ ante el ‘espectáculo’ de las llamas en las astas de estos animales (en cuyo resto del cuerpo también se producen quemaduras). Toros a los que corretear y enmaromar y rodear y gritar y tocar y varear y marcar clavando divisas en su piel… Palomas metidas en vasijas que, tras ser estas rotas a pedradas, salen de ellas para -en caso de no golpearse antes- izar el vuelo. Gansos sacrificados que sirven de presas a las que, ya inertes (oh, qué alivio), colgar de una cuerda para que los participantes, al pasar por debajo a toda velocidad montados a caballo, logren desmembrarles la cabeza (trofeo) de un certero tirón con sus viriles y patrióticas manos. Cerdos embadurnados en aceite que, soportando golpes y arañazos, han de ser encontrados y cogidos en pocilgas de barro y lodo por parte de los integrantes de los equipos. Delfines encerrados y amaestrados en acuarios para el show diario ante la mirada de los niños/as. Y así, una larga lista de fiestas, tradiciones, romerías o modalidades deportivas y de recreo para cuyo goce, diversión, disfrute y pervivencia se requiere hacer pasar a otras especies animales por situaciones de estrés máximo, maltrato, lesiones, daños, sufrimiento y demás vejaciones, entre ellas, en no pocos casos, la muerte.
Ahora es cuando vienen las reacciones y respuestas que, de manera cansina, llevan siendo ya escuchadas la tira de años (“Pues bien que luego te comes un buen filete de…”, o “Es que no entiendes sobre…”, o “Gracias a nosotros existen los…”, o “Comprendemos, amamos y cuidamos de los…”, o “No respetas nuestras tradiciones, nuestra cultura, y las quieres cambiar”, o “Dejad que cada uno se divierta a su manera”, u “Os vais a cargar el alma de este pueblo”… En fin, lo mismo de siempre). Pero el caso es que, hoy, en el año 2023 (que no en 1023, ni en 1725, ni en 1904) y en pleno siglo XXI (repetimos, no en el XI, ni en el XVIII, ni a principios del siglo pasado), en España se siguen celebrando fiestas y semanas grandes en las que dichas realidades son promocionadas, subvencionadas y orgullosamente defendidas.
Diversión, pasión, entretenimiento, leyendas, patrimonio, emoción, superstición, turismo, ofrendas, empleo, economía local… Todo ello es argumentado contra la ‘aberración’ de pretender acabar con la brutalidad de esos eventos y divulgar sobre por qué no debería ser normal su existencia en la actualidad (“¡En Roma ya dejaron atrás las batallas con y entre animales en el coliseo, y en Inglaterra el Fox Hunting es multado, y aquí en España los circos no son ya lo que eran, ni el Toro de la Vega, ni las peleas de gallos…, ¿qué más queréis?!”, te gritarán). Todo vale con tal de atacar la ‘aberración’ de explicar por qué resulta necesario evolucionar y dejar de sostener unos rituales que serían comprensibles dentro del contexto histórico y socio-cultural de épocas pasadas, pero que chocan con la ética y la cordura del tiempo en que vivimos (fiestas, por cierto, que no por suprimir el maltrato animal tienen por qué desaparecer, solo adaptarse; he ahí ejemplos como el de la tradición de tirar patos al agua -antes, de carne y hueso; ahora, de goma- para luego atraparlos, o el del pueblo de Zamora donde se tiraba una cabra por el campanario, etc.). Todo vale contra la ‘barbarie’ de proponer eliminar esa perspectiva de las fiestas (“Desaparecerán tradiciones”, “Son nuestras costumbres”, “Atenta contra nuestra libertad”, te dirán). Porque, poner en duda todo eso ‘es aberrante’, pero las celebraciones en sí y lo que estas provocan para muchísimos seres sintientes, eso, al parecer, no lo es… Y así seguimos, otro año más.
En algunos rincones del mundo, los cambios, de haberlos, vienen muy poquito a poco. Rincones donde nos cuesta ver que, en otros lares hace ya décadas que reflexionaron sobre la lógica de dejar atrás ese tipo de folclore basado en divertirse a través de prácticas salvajes para con otros animales. Tan lentos vienen esos cambios por aquí abajo que, mientras los tiempos evolucionan en la mayoría de los aspectos de la vida individual y comunitaria de las personas y sus entornos, en ciertas partes de este territorio llamado España parece que, a pesar de encontrarnos ya inmersos en el tercer milenio de nuestra escala, el ancla continúa bien agarradita al medievo. Un ancla de fuerza menguante, sí, pero que, aun así, caló tanto en su momento que, hoy, sigue siendo aupada por el fervor de muchas mentalidades. Gente que quizá no sea consciente -en muchos casos, sí que lo son- de que esas ‘celebraciones’ tenían su ‘razón de ser’ en siglos pretéritos, pero…, ¡¿que existan hoy?!
La excusa de la “tradición” no puede amparar cualquier cosa. (Que todavía tenga que ser eso explicado…). Para algunos, las condenas/críticas a nivel internacional o los derechos de los animales tienen valor cero, pero el hecho de que se mantengan ciertas prácticas es, se pongan como se pongan esos algunos, una vergüenza, un insulto a la inteligencia. Y no se trata de creerse más que nadie, sino de darse cuenta de que una sociedad que se dice culta, moderna y civilizada no puede perpetuar esas auto-zancadillas que nos presentan, más bien, como todo lo contrario.
Estas tierras han sido cuna de valientes pasos adelante y de lúcidos surgimientos de progreso y conocimiento para la humanidad. Ya es hora de que una ráfaga de dicha luz nos ilumine de nuevo y nos haga levar el ancla de las miras medievales para, de una vez por todas, dejarla en el baúl del pasado. Ya es hora de coger otra ola, y que nuevos vientos nos soplen; vientos que cojan fuerza y nos lleven a acoplarnos a las sociedades y al ritmo del presente.