Es humildad y es una mirada que, junto con esa sonrisa tan característica, enseñan con toda transparencia la bondad que anida en su alma. Es una admirable capacidad para, a través de sus textos, practicar el aRtivismo impenitente. Es actitud comprometida y trabajo prolífico.
Es uno de esos ejemplos que demuestran que a la memoria y a la democracia se las dignifica, en vez de meterlas en polvorientos cajones cubiertos de olvido e injusticia. Es trampolín para dar voz y visibilidad a toda esa hermosa amalgama arcoíris de personas que, aún, sufren la ira de la irracionalidad. Es esperanza para quienes con rabia vemos esas vallas que, apoyadas en la indiferencia, arrancan pieles en fronteras absurdas y envilecidas; (esperanza para) quienes con dolor observamos cómo cientos de inocentes se hunden, ahogados, en un mar que, más que mar, es ciénaga; (esperanza para) quienes con tristeza miramos cómo nos venden un patriotismo cateto que denuesta la solidaridad y la vida en común para con toda la gente que intenta sobrevivir, y que, en lugar de eso, se enorgullece de odiosos muros plantadores de miedos embrutecidos e inhumanos. Ante cualesquiera de esas realidades, decíamos, él y sus escritos nos abrazan cual faro que irradia luces de esperanza.
Es inspiración, tanto para quienes fueron sus alumnos/as como para toda esa gente que, de un modo u otro, por esta razón o por aquella otra, lo conoce. Es carnaval de crítica, sarcasmo y sensibilidad. Es artículo que mira de frente. Es relato original. Es verso que se te clava en el corazón. Y es teatro que te atrapa, te emociona, con el que aprendes y del que te enamoras. Es Arte y cultura que no callan.
Es Olivarium. Y Sulpicius. Y Un mar de cuento. Y su aportación a La tragicomedia del gallo de Morón. Y la impactante La Ciénaga. Y la reconocida La verdadera identidad de Madame Duval. E Ifigenia’s Rapsody. Y su recuerdo a Antonio Machado en La Milonga del destierro y los días azules. Y su rotunda La epifanía de la marabunta. Y su maravillosa Anatomía de un vencejo. Y Calcetines impares. Y Mandala. Y esa joyita de La Tragicomedia de los arcanos. Y Memorias de la luna grande. Y sus Pollitos de cualquier color. Y La gramática de los peces azules. Y Los fantasmas de Velintonia. Y su granito de arena en diferentes antologías y colecciones: El vestido blanco (antología Rusia y la URSS en la ciencia ficción); El soldado pacifista (antol. Somos diferentes); El gol de Samir (antol. ¿Hacemos teatro?); De Lope a López y otros textos en las antologías de El tamaño no importa; Sperm and blood (antol. Londres); Lagrimitas de Pollo (Colección de textos dramáticos de autor@s andaluces); Don Quijote y la cantera (antol. Ábrete cielo); El jilguero (antol. Senofobia); Exhumaclown (antol. El veneno en el aire). El rucio y el patriota (antol. Las fronteras son quimeras); Prometeo en Tarajal (antol. Prometeo)…, y, así, un largo etcétera que completa la lista. ¡Más todo lo que esté por venir!
Sumen las publicaciones y críticas periodísticas que se hacen eco de sus títulos; los premios y distinciones que recibe (aunque para él, ya lo imaginarán, no son lo más importante); su papel en la moronera Almazara Teatro; los talleres, presentaciones, coloquios y demás actos en los que participa; todas aquellas obras de su autoría que son representadas en las tablas de centros educativos, salas de compañías independientes y teatros de diversas ciudades; departir con él y escucharlo hablar…
En fin, como ya habrán adivinado, es nuestro Antonio Miguel Morales Montoro (‘el Tagarnina de Morón’, en pugilísticos y cariñosos términos). Y es, no lo olvide nadie: una de esas luces bonitas y necesarias que -también- irradia nuestro pueblo. Por todo ello, resulta hermoso sentir orgullo de que tu tierra haya parido, visto crecer o acogido a paisanos como él.
En la sección de Moroneando sobre, de este mismo medio, tuvimos la oportunidad, hace ahora casi dos años, de entrevistarlo. Cuatro deliciosos capítulos en los que leímos sus reflexiones serenas y sabias, a la par que potentes; nos metimos en algunas de las historias surgidas de su mente inquieta, anfitriona de mil ideas; y, en definitiva, lo conocimos mejor. Y desde entonces, seguir sus pasos es, para este que escribe, como agarrarse a esa cometa que sabes que, por más fuerte y en contra que soplen los vientos, siempre te llevará hasta bellos puertos.
Nuestro Antonio continúa, ahora desde Illes Balears, escribiendo, publicando, asombrando: CREANDO. Y supone tanta felicidad ver cómo sus obras llegan a cada vez más conciencias (a cada vez más teatros y librerías; a cada vez más hogares y rincones de todo el territorio), que aquí estas líneas, como pequeño y sincero reconocimiento. ¡Larga vida a esa luz tan bonita que Antonio M. Morales Montoro y sus libros nos transmiten!