Como un manantial que un día fue naciente, y luego creciente, y que por largos años brotó y corrió claro, lúcido, prolongador de refrescante vida, pero que hoy languidece, y sus aguas comienzan a escasear, y su corriente es más turbia, y su fuerza mengua…; como ese manantial es nuestro protagonista.
Su cuerpo, que durante años albergó vigor, ya fuera ayudando en el campo, encalando paredes, poniendo ladrillos o ejecutando fórmulas en un laboratorio, ve hoy cómo sus pies se ralentizan, cómo sus piernas flaquean, cómo sus músculos trepidan y cómo sus huesos enfilan el camino de vuelta.
Su mirada, serena antes, es triste ahora, y se pierde en la búsqueda sin encuentro, y a veces es presa del desespero, ya sea en forma de rabia y furia, ya de hastío, o ya de impotencia y rendición.
Su voz duda, su frase se alarga hasta una conclusión final que no siempre llega, su palabra se trastabilla, su argumento se hace un lío, sus respuestas son ya constantes preguntas, y sus preguntas son un bucle que se repite y que no logra retener las respuestas.
Su semblante serio poco varía. Sus risas aparecen menos. Y a veces, estas lo hacen cuando menos te lo esperas, y por el motivo más ‘simplón’. Suerte que, al menos, aún perdura eso. Suerte…
¿Y qué decir de su cabeza, su mente, sus recuerdos…? He ahí el gran dolor: Los nombres que forman parte de su vida devienen en borrosos. Las anécdotas propias parecen, ahora, ajenas. Lo que aconteció ayer, suena a tan lejano que incluso se confunde con lo desconocido. Su mejor amigo, tras décadas estando en el sentimiento, es ahora un extraño. Ese visitado rincón del barrio, un mapa indescifrable ya. Esa sonrisa por un episodio entrañable, exactamente la misma que puso apenas unos minutos antes por el mismo episodio. Y está también la inseguridad por no entender algo que, por fácil que sea, se le hace un mundo. Y el olvido de quehaceres diarios. Y el verse cada vez más dependiente para cosas rutinarias. Y el no recordar si una comida le gusta o no. Y el no recordar que la vecina murió hace ya tiempo. Y el no recordar cómo se llama el artista al que siempre siguió, o cómo es la carita de su propia nieta. Y, en fin, el rostro desencajado cuando, siendo consciente de lo que sucede, se da cuenta de que la memoria le está soltando la mano…
El manantial que un día fue naciente, y luego creciente, y que por largos años brotó y corrió claro, lúcido y prolongador de refrescante vida; ese manantial, hoy, languidece, y sus aguas comienzan a escasear, y su corriente es más turbia, y su fuerza mengua… Ojalá que quienes nacemos cual sucesores manantiales sepamos estar a la altura, y que brotemos con paciencia y amor para que la última gota del manantial que ya se seca, disfrute, al menos, de unas últimas aguas tranquilas, aguas de cariño y de escucha, aguas de Derechos… Aguas en paz.