Probablemente nunca haya existido ningún trasfondo moral a la hora de arrojar la basura a un contenedor -independientemente de la elección, a priori, que supone colocar cada porquería en su lugar en pos (dicen) de las políticas de reciclaje. Una forma de justa conciencia que considero más cercana al coleccionismo de basura en el hogar que a salvaguardar algún punto de este maltrecho planeta que vive negociando con las emisiones de CO2 y asegurando que el cambio climático es una invención de cuatro locos.
Desconozco las costumbres del ciudadano en cada barrio de nuestra localidad. Esa idiosincrasia, a veces divertida, urbana que nos diferencia y nos une a la par. Y es que vivir en Morón no lo hace, ni puede hacerlo desde luego, cualquiera.
Arrojar basura al contendor en algún punto de recogida de la Alameda se ha convertido en una estrategia de descubrimiento constante. ¡Os sorprendería lo que he llegado a ver! Pienso que el abandono del recordado Champions, otrora –y siempre- lo más parecido a un centro comercial que hemos tenido en nuestra ciudad, nos puede hacer pensar que vivimos en un estercolero urbano y maloliente que nos exime de civismo y respeto. Entiendo que observar a ratas y animalillos de poco agrado pulular por la zona pueda ayudar a pensarlo.
Abrir un contenedor y soltar la bolsa –basta con dejarla caer- supone, o eso parece, un despliegue de imposibilidades continuo. Es más sencillo viajar al pasado. ¡Fíjense qué nivel el de mi barrio! No sé si los lectores de otras zonas se sienten identificados al leer estas líneas. Pero es tradición, al menos donde habito, observar las bolsas de basura alrededor del lugar, o sobre las tapas del continente –para eso ya llega Urbaser a limpiarnos el culo, que abrir el cajón cuesta mucho-. Lo más jovial de todo es que su interior estás más limpio y vacío que el exterior. ¿Incongruente? En alguna cabeza parece que no. Si a eso sumamos restos de poda, muebles, y colchones, os doy la bienvenida más cálida y asquerosa que he conocido a mi barrio.
El primero que llega y deposita su bolsa sobre la tapadera sin abrirla siquiera es un artista, pero el que le sigue es un verdadero hijo de puta. Uno al menos inventa, el otro solo plagia. Porque el motivo de que estos estén cerrados es sencillo, el objetivo es evitar que perros y gatos, por ejemplo, puedan acceder a su interior y terminen sacando los restos del contenedor a la calle. El animal lo hace para sobrevivir, el hombre lo inventa por pereza. No tengo muy claro de quién hay que apartarse.
Llegados a este punto podemos seguir culpando a Urbaser (diana de la basura digital) o tomar el camino fácil y gritarle al político. La única responsabilidad ahí de nuestros gobernantes es la del castigo. Ese trozo de libertad que donamos a los demás para poder convivir. Porque no me cabe duda alguna que en el bolsillo está el mayor factor de aprendizaje que existe. Recuerden lo fácil que resultó colocarse el casco en esta urbe. La mejor praxis sin teórica que recuerdo como ciudadano.
Es hora de hacer autocrítica y exigirnos entre todos. La culpa es solo y exclusivamente nuestra. Existen servicios de recogida de muebles, electrodomésticos y productos varios, por ejemplo, que Urbaser con una simple llamada soluciona de forma inmediata. Entiendo que pueda ser complicado abrir una tapadera, pero al menos descuelguen el teléfono, caray.
Me decía un señor, a los pies de uno de estos contenedores, que quien hace eso era un cerdo. Yo no lo creo. Un cerdo no tiene maldades. Quien hace eso no es más que un estúpido miserable.
Fotos: José Carlos Valverde