No, no aprendemos. Siempre creí que los impulsos estériles formaban parte de mí. Que estaban interrelacionados con mi ADN y, por consiguiente, no eran un mal endémico del individuo, sino exclusivamente mío –soy así de egoísta-. Quizá gran parte de culpa la tenga mi incansable empeño por entender y mostrarle mundo mi torpeza y necedad. No me quejo, solo lo admito. Porque en el fondo disfruto sabiendo mis limitaciones y carencias. Y por qué no reconocerlo, si partes desde el suelo, parodiando tus propias aptitudes, cualquier blanco ajeno puede ser un objetivo apetecible.
Hoy no escribo estas líneas como consuelo. Ya saben aquel refrán… “mal de muchos…”, más bien por todo lo contrario. Primero porque nunca he necesitado el bálsamo de nadie -espero que esto no lo esté leyendo mi madre-, y segundo porque estoy bastante cansado y desilusionado, y quiero seguir con estas sensaciones. Así, de una manera extraña y estúpida, al menos, siento una especie de paz en la desidia. Deberíais probarlo.
Ser impulsivo tiene muchos riesgos. Demasiados. Y cuando tu única baza se aferra a una conspiración, es doblemente peligroso. Y probablemente razones no te hayan faltado. Hasta puedas explicarlas, o suenen convincentes. Pero la verdad nunca será aquello que suena bien, por muy dulce que pueda parecer esa melodía. Si extrapolas dicha apuesta al escenario político, precipitarse deja de ser una anécdota y pasa a ser una irresponsabilidad. Jugar a la ruleta rusa nunca es divertido, sobre todo cuando lo que está en juego es tu programa electoral.
En esta estación del escarnio, donde a la presunción de inocencia le cuelgan telarañas y está pasada de moda, las acusaciones corren como la pólvora, pero cuando hay que recoger el carrete y cambiar el discurso exculpando al Diablo mismo por algo que no ha hecho, el perdón tiene un peaje diferente y viaja a otro ritmo. Quizá nunca llegue. Y eso siempre me ha parecido demasiado injusto como para pasarlo por alto.
Muchos no lo recordarán pero lo que trato de contar en estas líneas ya se ha repetido en nuestra tierra, Morón de la Frontera, concretamente hace poco más de un año. El concejal del PP Antonio Ramírez fue absuelto en el caso ‘Mozampro’. Un proceso que quedó en nada, afortunadamente para el dirigente Popular. Hasta ahí todo correcto y normal. Pero lo que este señor aguantó durante años –basta con tirar de hemeroteca y revisar los Plenos de nuestro Ayuntamiento-, lo saben él, y su familia.
Ayer volví a sentir un déjà vu al recibir una llamada. En ella un compañero me informaba que el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número dos de Morón archivaba el caso de los contratos de la feria, y del festival flamenco Gazpacho de nuestra localidad. Aunque todavía queda el recurso de la apelación, a todas luces parece que los hechos quedarán en nada. Según cita el informe de la Intervención Municipal, en cambio, “el Ayuntamiento actuó contraviniendo su propio plan de ajuste”. Un sistema de ajuste que, por cierto, se incumple sistemáticamente por el Ayuntamiento. De no ser así, servicios, entre otros, como el transporte público, o la piscina, podrían ser prescindibles. Imaginen lo que eso supondría para la ciudadanía. Saquen sus propias conclusiones.
Durante todos estos años, mismo modus operandi (vuelvan a revisar prensa y Plenos), incluso se llegó a pagar, ¡a pagar!, desde una formación política local un anuncio en la red social que promocionaba en los diferentes perfiles digitales la noticia que lanzaba un medio de comunicación al respecto (Europa Preess) donde se informaba de la citación de dos ediles del Ayuntamiento moronense. ¿Cuál fue exactamente el objetivo? No tiene sentido alguno. Un juego, a todas luces, de riguroso contraste ético.
Lo peor de toda esta estratagema es que nadie se ha equivocado. Huir hacia delante será un recurso previsiblemente digno. Basta con sacudir el pernil del pantalón para olvidar y disimular así la caída. Ventanas abiertas siempre quedan, ¡vaya consuelo! Porque no se dará un paso atrás, y ni mucho menos en campaña electoral. No habrá ruedas de prensa, ni una tenue disculpa… Pero aquí no hablamos de actividades políticas, sino de personas. Hay que dejar a un lado los impulsos y respetar la presunción de inocencia. No, queridos míos, todo no vale. Porque, independientemente de tu ideología o partido, lo cierto y verdad, es que esa paz perdida tras las acusaciones en balde, nadie se la va a devolver a estas personas.