Álvaro Moreno, la conocida marca de ropa, ha dado también la espalda al humorista Dani Mateo. No es la primera empresa que ha decidido arrojar al ostracismo de la moralidad al cómico. También lo hizo anteriormente Clínica Baviera. Un ejercicio, a todas luces, insano para la democracia. Castigar a un tipo por hacer su trabajo.
El desasosiego anímico que me invade está cargado de apatía por todo lo ocurrido. Amo a mi patria, me gusta mi bandera -si democráticamente se eligiera otra, de igual forma la amaría-, y prefiero la figura de Felipe VI a la de Iglesias o Casado. Me parece acertado que haya un lugar blindado, llámese trono (que no gobierno), al que solo pueda acceder una persona. Por lo que soy una especie de monárquico por desobediencia a los predicadores.
No es la primera vez que Dani Mateo me ofende. De hecho lo hace constantemente cuando se autodenomina humorista. Sus chistes me parecen manidos y previsibles. Aunque no me enfada su sonada de mocos sobre la bandera. Tampoco me ha hecho gracia, ni yo lo haría dese luego. No me resulta molesta porque el humor es transgresor y soy consciente de ello.
Aprendí que los chistes tienen ciertas peculiaridades. No hacen malo al que los cuenta ni bueno al que no se ríe. Por eso he de decir que esta pantomima no me ha hecho gracia alguna. Y mi sentimiento no tiene nada que ver con la moralidad. O tal vez me haya parecido tan original como boicotear la figura de Dani Mateo. Presionar a través de las redes sociales para que marcas y patrocinadores den la espalda al programa y a sus tertulianos es igual o más vomitivo que sonarse los mocos sobre cualquier bandera. Porque si lo que buscan los moralistas de la justicia paralela es destruir el universo de este chico por hacer un chiste, acabarían antes pidiendo su cabeza. ¡Matemos a Dani Mateo! Pero la picota de la red mantiene unos patrones solidarios. “Es una barbaridad”, me dijo una chica cuando le confesé lo que deberían hacer con él. Sin embargo veía justo todo lo que estaba ocurriendo. Desde luego si se destruyen sus patrocinadores, su empleo, y su vida personal. No estamos demasiado lejos. Lo que ocurre es que nadie lo piensa, nadie reflexiona sobre el daño que sufre una persona cuando es linchada. Las hordas piden que tu universo sea un infierno, que pierdas tu trabajo, tu casa, y si es posible que quedes marcado de por vida. Que no puedas acudir a un restaurante, o que a los demás les resulte incómodo tenerte a su lado. Eso, estimada chusma, es matar a una persona. Es una crueldad, una barbarie.
Es triste. Lo es porque mientras escribo esto probablemente haya estallado en algún rincón digital un nuevo conflicto. Un perfil de Facebook, Twitter, o de cualquier otro servidor infernal de relaciones ficticias haya sido incendiado. Linchado. Esta reiteración empieza a ser inaguantable e insostenible. Existen dos salidas: el abandono masivo, y por consiguiente el cierre de estos universos paralelos, o el cambio de políticas. Yo abogo por esta última, es urgente la regulación de normativas estrictas, y que éstas acoten perfectamente este espacio sin ley. Y que cuya norma es precisamente esa: no existen normas.
El delicado momento, y la extrema polarización, que vive este país se apodera también de las redes. Obviamente estos espacios son una elongación virtual y un desahogo cruel de los usuarios. Un contendor de odio.
Tras lo ocurrido con el polémico sketch, realicé una breve investigación e indagué, hasta donde pude, en los perfiles de aquellos interesados en arengar a Dani a seguir con las mofas. En sus imágenes de perfil, de los diez consultados, siete habían compartido en algún momento la bandera republicana. Eso me pareció interesante, y estoy absolutamente convencido que ese setenta por ciento es inversamente proporcional al número de nuevos ofendidos que habrían nacido si la parodia se realizara sobre la bandera tricolor. Curiosamente cinco de estos siete usuarios hablaban del rechazo a todas las banderas. Algo incongruente a todas luces.
Esto quiere decir que la crítica hacia el cómico, no así el escrache, tiene cierto sentido. Siempre he sostenido, extrapolando el ejemplo, que si te ríes en los entierros de los padres de tus amigos tienes que ser capaz de reírte también en el de tu padre. Si las bromas circulan siempre en la misma dirección tarde o temprano la carga cómica se desvanece. Entonces algo falla.
Por otro lado me adentré en los perfiles de los ofendidos. Comprobé que de los diez elegidos, todos pedían que el cómico realizara chistes sobre la estelada (y otras banderas) y estaban a favor del linchamiento. En siete de los diez, se había compartido el listado de las marcas que patrocinaban el espacio televisivo. Todos ellos habían sido cómplices, en cierto modo, del linchamiento.
Tras el fallido número de humor de Dani Mateo, y llegados a este punto de surrealismo, es necesario preguntarse hacia dónde nos lleva esta extremada polarización de la sociedad. Porque una cosa ya me ha quedado suficientemente clara. El rol de ofendidos y ofensores es cambiante, pero el odio de unos y otros es exactamente el mismo.