Recordaba A. García Trevijano en una entrevista en el programa de Libertad Constituyente la importancia que tiene el filósofo italiano Antonio Gramsci por sus reflexiones sobre el estado y la cultura. Argumentaba que no era la politización en la cultura lo que deba causar preocupación como corrupción, como algo natural. La cultura siempre estuvo politizada a lo largo de la historia y toda forma de poder ejercieron sus influencias: el dogma de las creencias, la gloria de un imperio, la filosofía o deseos de un mecenas, las costumbres o experiencias de una comunidad, y aun así, la cultura mantenía su potestad y dominio en la sociedad civil.
Ortega y Gasset : “La cultura es la forma de vivir de un pueblo”.
Continúa Trevijano: lo que sí es diferente y debe ser preocupante es la estatalización de la cultura, un claro parámetro del comportamiento corrupto que existe en un país, el legado humanista de sociedad civil cae en manos de la gerencia administrativa y política de un estado. Dicho comportamiento sería contrario en una Democracia Formal, ya que es el estado quien está controlado por la sociedad civil (Sistema de Representación y Separación de Poderes). Es evidente que la cultura de un pueblo a merced del estado hará uso particular alterando el contenido y las formas: justificación de la dirección, control, censura, además de otras formas corrupciones administrativas que conlleve a proteger intereses de poder o ambiciones con dinero que no es suyo. Suele pasar en los países con regímenes políticos como dictaduras y oligarquías, y en este caso, el nuestro.
“Todo dentro del estado, nada fuera del estado, nada contra el estado”, Benito Mussolini
Prosigue: en este tipo de comportamientos, el poder político actúa incumpliendo su deber moral, como ejercer la disciplina de la ciencia política en el ejercicio de la lucha de poder de forma leal: la gobernabilidad ante los problemas y el compromiso de representación, saliéndose de ahí y pasando a otro campo que no es el suyo. Los ejemplos más conocidos en la Europa Moderna donde un estado amo era principal benefactor con el total control y uso de la cultura y el arte con el fin propagandístico y doctrinal, fueron aquellos países totalitaristas de la Segunda Guerra Mundial como la Alemania Nazi, la Rusia comunista o la Italia del Fascio.
Trevijano lo dice claro y el porqué: un país con la existencia de un ministerio, consejerías, concejalías… de cultura, es otro ejemplo donde una nación no ejerce principios de libertad y cede el dominio de su legado más preciado al estado. De la misma manera, en lo individual, también afecta a la ética personal del artista y a la creación de su obra, al dejarse subvencionar sin importarle a cambio de obedecer pautas de valores o disvalores ideológicos contrarios al mismo en un compromiso mercantil con dinero de todos. A partir de ahí, se ve influido afectando la limitación a su sinceridad, sus inquietudes, sus sentimientos y pensamientos. En definitiva, “una sociedad civil que cede a su estado su cultura deja destruir su cultura”, todo lo contrario que dice Ortega y Gasset y pasando a ser en nuestro horrendo caso, “la cultura es la forma de vivir de un estado”.
A efectos oportunos y aparte de otras circunstancias, son ejemplos actuales y cercanos que suceden como en el cine español o el flamenco en Andalucía. En el sector del flamenco, su decadencia colectiva es cada vez mayor. La sociedad y los profesionales se dejan absorber por los intereses de las administraciones. Y aunque hoy se diga que ha decaído por la irrupción del COVID-19 o las crisis económicas, la caída de la demanda profesional y la corrupción organizativa hace tiempo que era evidentes.
Aunque, entre dos nunca pasa nada si uno de ellos no quiere. Es decir, también la falta de estimación de sí mismos y un mercado profesional sin cubrir lo que demanda la afición, también han llevado a gran parte de sus practicantes a tener una conducta subsidiaria de acomodación con exigencia de seres imprescindibles, pidiendo regulaciones y ayudas, y no importándoles exponerse como presas fáciles para que el partido político o la administración de turno les concedan a cambio, si en el clientelismo es suculento por la repercusión social del colectivo o personaje a efectos de la foto y también en las urnas de la ratificación.