El jurado del I CONCURSO DE RELATOS DE TERROR MORONINFORMACION.ES ha decidido proclamar ganador el relato titulado «Olivo negro», de Máximo Muñoz Escribano, vecino de Collado Mediano, Madrid. Los cuatro componentes del jurado, después de puntuar los 56 relatos presentados al certamen, han elegido a los 10 mejores y de entre estos finalistas, ha sido el citado relato el que ha obtenido mayor puntuación. Así mismo, y de manera excepcional, la organización ha decidido conceder un accésit a María Mejías Giráldez, de Morón de la Frontera, por su relato «La calle del horror», incluido entre los finalistas y ser, a juicio del jurado, el mejor de los 7 trabajos presentados por alumnos de secundaria (entre 14 y 18 años).
El jurado ha puntuado los textos presentados sin firmar, de forma anónima, valorado tanto los aspectos formales como el contenido de las historias, teniendo especialmente presente uno de los requisitos establecidos en las bases del concurso, «estar ambientado en Morón de la Frontera», si bien no ha sido el único criterio.
Recordar que el premio para el ganador consistía en un lote de libro de autores moronenses como son: La ciénaga de Antonio M. Morales Montoro, La oscura alternativa de JoséCarlos Valverde Sánchez y Antología de poemas y textos… y un par de canciones de Antonio García Castro. En el caso del accésit, la organización premiará a la ganadora con una entrada doble para presenciar una obra de teatro en el Teatro Oriente de Morón de la Frontera (fecha y espectáculo por determinar).
Por parte del equipo que compone Morón Información, agradecer a los 56 participantes su interés por este concurso que se inicia este año pero que espera continuar en próximas ediciones con mejores premios y nuevas categorías (General, Local, Escolar). De los 56 relatos presentados, 24 han sido de autores locales (7 de ellos alumnos de secundaria), 18 procedentes de provincias como Sevilla, Barcelona, Madrid, Zaragoza, Badajoz, Mallorca,Álava, Vizcaya o Valencia, y 14 llegados desde latinoamérica de países como Uruguay, México, Perú, Argentina, Ecuador, Chile, Venezuela o Cuba.
A continuación publicamos el relato ganador así como los 9 relatos finalistas no premiados (en orden de envío a nuestro email).
GANADOR DEL I CONCURSO DE RELATOS DE TERROR MORONINFORMACION.ES «OLIVO NEGRO» Máximo Muñoz Escribano (52 años) Collado Mediano, Madrid |
Verano seco, muy seco, poca lluvia, poca agua. Pero la “madrugá”es fría, muy fría, ya caen casi heladas y el tiempo de la recolección ha llegado. Esas mujeres, como siempre, están ya en el campo, todos los días. Todas las grandes cosas, sean buenas o malas, parecen pasar siempre en otros sitios, casi siempre en Nueva york, como mucho en Madrid o Barcelona, a veces incluso en Sevilla, pero esta no, esta ocurrió en Morón. Aquel olivo, cuyo padre fue un acebuche, era diferente, más oscuro, más grande, y sobre todo muy extraño, ya nadie lo quería trabajar. A su alrededor se amontonaban extrañas historias, decían que todos aquellos que lo habían vareado habían muerto o sufrido la desgracia en su familia. Y el Olivo negro, así lo llamaban en Morón, parecía crecer más rápido que los otros, y allí se había quedado solo, sin recogerse su cosecha, que finalmente caía al suelo año tras año sin que siquiera los animales del monte osasen comer sus olivas. Así fue como una noche, los críos del pueblo apostaron a ver cuál de ellos era el más valiente y subía al monte a la vera del viejo árbol maldito. Angelito, el quillo de la Eusebia, se atrevió a ello. Puso pies hacia el campo, y estando ya en el olivar pensó que no era necesario llegar hasta el viejo Olivo, pues nadie estaría allí para comprobar si había llegado a él o no. Pero lo cierto es que ya nunca más se volvió a saber del pobre Angelito. Todos en Morón tuvieron claro que el monstruo leñoso se había cobrado una nueva vida. Joaquín, el del Cortijo, se dio cuenta de ello, lo sabía, cada vez que se perdía un alma en relación con el árbol, a este le crecía una rama nueva, joven fuerte y vigorosa. El Alcalde, y con él el pueblo entero, decidieron cortar y dar fin a aquel Olivo, descuajarlo con una excavadora, de raíz. Y así, una mañana, medio Morón se dio cita en el olivar. Cuando la maquina hundió la primera paletada en tierra, el olivo gritó, gritó de dolor y ante el espanto de todos los presentes lo hizo con la voz de Angelito, y después con las de todos los que habían muerto a su vera. El árbol fue respetado, de alguna manera contenía las almas de todos aquellos desaparecidos, ya nadie nunca más ha osado tocarlo, y allí continua, solo, gallardo y tenebroso en su monte, recortando su oscura silueta en las noches de luna llena. |
ACCÉSIT Y FINALISTA I CONCURSO DE RELATOS DE TERROR MORONINFORMACION.ES «LA CALLE DEL HORROR» María Mejías Giráldez (16 años) Morón de la Frontera (Sevilla) |
Era una noche que entornaba un ambiente áspero y frío, las pocas aves que frecuentaban el lugar entonaban sus cantos de reo. En aquel frío cementerio de Morón de la Frontera, se escuchaban llantos como si de niños añorando sus vidas se tratara. Las hojas que mostraban el camino eran secas y escalofriantes. Tenía la sensación de que alguien me persiguiera en ese momento. Después de unos largos en aquel espeluznante lugar, llegué por fin a la lápida de mi prometida. Llevaba flores que al entrar, se consumieron por sí mismas. Me incliné a depositarlas, cuando de repente sentí un cosquilleo en mi espalda, me volví, pero allí no había nada extraño. Estaba perplejo y atónito con la situación. Me di la vuelta para dejar definitivamente las marchitas flores, y en la lápida no tenía inscrito lo mismo. Había un mensaje en el que decía: “Encontrarás mi presencia esta madrugada en Las Siete Revueltas”. Al caer la madrugada emprendí camino hacia aquel lugar. Era tanta la curiosidad que poseía que mi cuerpo emprendía camino por sí mismo. Llegué despacio y con cuidado, sintiéndome arrepentido de lo que había hecho. De repente apareció mi difunta amada, pero con un aspecto de dolor y sufrimiento, y cual voz entonó las siguientes palabras: -¡Sal de aquí, no hay nada bueno que encontrar! ¡Huye del pueblo! Sentí como mis articulaciones se inmovilizaban y mi corazón dejaban de latir. Emprendí una expiración de dolor, que me llevó a la muerte. Todo aquel que se acercaba a ese lugar, se encontraba con aquella imagen espantosa, la cual hacia que sus vidas se paralizaran. Desde aquella madrugada, desde aquel escalofriante encuentro, han ocurrido cosas inexplicables para la mente humana, situaciones que nadie se atreve a contar. Quizás por miedo a ser catalogados por locos, o quizás porque todo aquel que ha vivido ese encuentro no vive, en este mundo, para contarlo. El pasado nunca acaba, el presente nunca empieza y el futuro nunca nace. |
FINALISTA I CONCURSO DE RELATOS DE TERROR MORONINFORMACION.ES «LOS FANTASMAS DE LA FORTALEZA» Juan Diego Vidal Gallardo (31 años) Morón de la Frontera, Sevilla |
No sé qué tiene ese castillo que me inspira interés desde que tengo uso de razón. Ahora, con quince años, ha llegado el momento. He visto fotos, vídeos, me han hablado los maestros en el colegio y ahora en el instituto haremos una visita dentro de dos días. Pero yo no puedo esperar más. Aquí estoy al pie de la colina por la que subiré a este castillo que me atrae desde siempre. Escribo mientras subo, mi corazón palpita cada vez más rápido. Es noche cerrada, hace un frío helado, debo volver a casa, pero algo me atrae irresistiblemente ahí arriba. Ya casi estoy en la cima. He llegado. Todo está sucio, los torreones casi derrumbados, la sala central cerrada a cal y canto. Quiero irme pero no puedo. ¿Por qué? ¡Por qué!… Alguien viene desde uno de los torreones, quiero huir pero no puedo, estoy clavado allí. Tengo el cuerpo entumecido del frío y del terror. La persona se acerca pero no la distingo, me dice algo en árabe que no entiendo. A mi espalda suenan cañones, mi cabeza se nubla. Ahora escucho gritos en francés, en castellano antiguo, alguien grita por la reconquista del castillo, ahora suenan vivas a la república, tengo Morón a mis pies y quiero auxilio, pero el terror no me deja hablar. Cada vez se acercan más a mí. «Te mataré» gritan; ¡escucho las espadas desenvainar! Están aquí. La niebla y la noche no me deja verles pero los siento, la mano de uno sobre mi cuello, el aliento de otro sobre mi cogote. ¿Qué clase de seres fantasmales son? Siento que me desmallo… ¡Socorro! ¡Auxilio! ¿Por qué no me escuchan? ¡Oh…! ¡Acabo de ver cómo un soldado atraviesa a otro con la espada! Y… y ahora escucho gente que aplaude. No entiendo nada. No… ¡No veo! Cuatro focos se encienden. Hay muchas personas, todos sonríen y aplauden. Al fondo un cartel se levanta frente a nosotros: ‘I Recreación histórica de las Batallas del Castillo de Morón’. Al fin puedo respirar, todo es teatro. Veo a los actores pasar a mi lado, recogiendo el atrezo. Veo caras conocidas entre el público. ¡Veo a mis padres y a mis amigos! Les llamo pero… se van. Todos se van y nadie me oye. ¡Oh no! Toco a mi madre pero mi mano traspasa la suya. Abrazo a mi padre, cojo las espadas de los soldados… ¡pero nada cambia! Estoy sudando, petrificado… Todos se han ido, me quedo solo en el castillo, con mi propio vaho nublándome la vista. Miro abajo y veo las piedras rotas de la fortaleza a través de mis manos. Es imposible. ¿Seré yo el…? ¡No puede ser! ¿Soy yo el fantasma?… |
FINALISTA I CONCURSO DE RELATOS DE TERROR MORONINFORMACION.ES «GATOS PARDOS» Julio Estévez Mejías (36 años) Morón de la Frontera, Sevilla |
A mi edad no es tan fácil mimetizarse como antes. Mis amigas –Así me gusta llamarlas- cada vez me detectan más rápido. Quién me iba a decir que, a estas alturas, me pongo nervioso con esto. Aunque así tiene un morbo distinto. Hoy me vuelvo a casa derrotado. Las dos de la mañana y ni una entrada clara. Este camino siempre me ha gustado para volver; San Miguel a un lado y El Castillo a otro. Dos fortalezas que me han visto pasar triunfante decenas de veces, hoy me miran desde sus torres sombrías y se burlan de mi derrota en la oscuridad de la noche sin luna. Algo junto a San Miguel me distrae de mi autocompasión. Una pareja se despide: él hacia la Cuesta Portillo y ella a las Siete Revueltas. Quizá, aún no haya perdido esta noche. He tenido que correr por las escaleras para seguirla. Huele bien. El rubio de su pelo lanza destellos con las farolas. Va muy feliz y su regocijo la mantiene distraída. Incauta. Cuando mi brazo izquierdo rodea su cuello y mi mano derecha tapa su boca, noto el calor de su cuerpo, el palpitar en su pecho. Su miedo. Esta es la parte que más me gusta. Aprieto, con una llave ya muy ensayada, hasta que queda semiinconsciente. La arrastro por la ladera hasta terreno más oscuro y privado. La preparo y espero que despierte. Tarda poco en reaccionar. Es más fuerte de lo que parece o yo me oxido con los años. El brillo de sus ojos me confunde. Está tranquila. Casi diría que su mirada es un fiel reflejo de la mía. Se yergue en pose desafiante. Creo que puede ser la mejor de todas. Quizá la definitiva. Le pregunto si va a gritar, a lo que me responde con un suave gesto de negación. Sonrío y le quito la mordaza. Mi sonrisa se refleja en la suya, tan brillante que deslumbra, cosa que me desconcierta. -Sorpresa- Me susurra con una voz más dulce que la miel. No tengo claro si ha sido susurro o grito, pues el pitido de los oídos no me deja escuchar nada más. El suelo se abalanza sobre mí y me golpea la cara con su hierba fría. Noto el calor de la sangre en la cabeza y su sabor dulce y oxidado llena mi boca. Me dejo arrastrar al sueño. -¡Buenos días doña Rosario! Le veo muy buena cara hoy. Seguro que el fin de semana en familia le ha sentado bien. Eso siempre reconforta ¿qué le pongo?- Comentó la chica sonriendo y a la par colocando un mechón rubio con una horquilla tras el gorro. -Hola Ana, cielo. La barbacoa en el campo un éxito hija. Así que dame otra de tus recomendaciones, que mañana es el Pilar y vamos a repetir. -¡Pues no se hable más! El sábado a última hora me entró una carne de cerdo ibérico, de los cochinos de aquí, que me he pasado todo el domingo preparando. Me ha dado tanto trabajo que parece hasta que lo he matado yo ¡Se van ustedes a chupar los dedos!- dijo risueña. Y su sonrisa iluminó la carnicería. |
FINALISTA I CONCURSO DE RELATOS DE TERROR MORONINFORMACION.ES «LA TIENDA DE MÁSCARAS» Daniel Salomone González (36 años) Montevideo, Uruguay |
Hace muchos años, cuando llegaba la noche más oscura del mes de octubre a Morón de la Frontera, los vecinos arremetían las rejas de la tienda de disfraces cercana a la Catedral de la Sierra Sur. Los dueños del recinto eran los responsables de la venta de los vestuarios para la más esperada fiesta de Halloween. La calidad de los vestidos, la rigidez de sus pelucas y la naturalidad de sus máscaras convirtieron al negocio en el más próspero de la ciudad. La tienda tenía más de una década y había resistido al paso del tiempo, más allá de que su funcionamiento se acotara únicamente a un mes del año. Lo inusual es que personalidades de toda España se acercaban a la ciudad, incluso directores cinematográficos que esperaban al mes octubre para viajar a Morón de la Frontera y asirse de las máscaras más originales para sus películas de horror. La pareja emprendedora pasaba todo el año buscando materiales para confeccionar las caretas, cabelleras y trajes que acicalaban año a año su maravillosa tienda. Luego de encontrar cada uno de los ingredientes necesarios, se encerraban en el gran depósito, sin salir a la calle, y planificaban su magia. El tiempo avanzaba, las recomendaciones incrementaban la demanda y la pareja se veía aún más motivada para cubrir las exigencias de su mercado en crecimiento. La bonanza continuaba a pasos agigantados. Todo iba de acuerdo al plan…Todo…hasta aquella trágica noche. Un grupo de seis jóvenes, ansiosos de aventuras, decidieron experimentar una travesía tenebrosa y se adentraron en el depósito cuando los dueños se ausentaron para descansar en sus aposentos. La idea era ahorrarse un poco de dinero y robar algunas máscaras para celebrar la fiesta del pueblo. Esa noche llovía, lo que resultaba ideal no sólo por el hecho de incrementar la adrenalina de la aventura sino por que los truenos serían cómplices en caso de propiciarse algún ruido imprudente. Saltaron la reja que separaba el patio trasero de la calle principal y se acercaron a la tienda. Las ventanas estaban a varios metros de distancia, pero se auxiliaron con una tubería vieja y se asomaron por el vidrio. Con un golpecito, aprovechando el estruendo de la tormenta, los cristales cayeron al piso y los seis se adentraron a los confines oscuros. Sigilosamente recorrieron el depósito, provistos de pequeñas linternas. Luego de mucho buscar, encontraron lo que deseaban. Sobre una mesa había unas máscaras extraordinarias, cubiertas de sangre y cabelleras sucias de tierra y telas de araña. Sus corazones se detuvieron cuando escucharon un gemido aterrador. Pensaron que sería fruto de su imaginación y de la paranoia típica que ocurre en los ambientes asociados al terror…pero se escuchaba tan real y además confirmaron que todos lo oyeron. Sonaba como un sollozo desesperado que clamaba socorro. Permanecieron paralizados, pero su curiosidad primó frente al miedo. Se dirigieron hacia la puerta de un depósito anexo y la empujaron para que se abriera completamente. El rechinar maldito lastimó sus oídos. Paralizados en el umbral enfocaron sus linternas hacia la oscuridad plena. El gemido sonaba con más contundencia, pero parecía entrecortado. Despacio, muy despacio, caminaron hacia el centro de la habitación. Una de las luces dio un giro y se topó con una silueta en movimiento pendular, luego otra y otra. El gritó aterrador de una de las chicas del grupo retumbó en las paredes del depósito. Al enfocar todas las linternas hacia la dirección de las siluetas, vieron los cuerpos colgados de varios hombres y mujeres, desprovistos de sus cabellos y de la piel de sus rostros. Los que aún vivían, clamaban auxilio con sus bocas amordazadas. Las linternas cayeron al suelo cuando varios puñales se clavaron en las espaldas de los jóvenes aventureros. Al llegar una nueva noche de Halloween, la tienda se engalanó con seis originales máscaras de adolescentes, tan reales, con el gesto de pánico impregnado y ofrecidas en paquete de oferta a 89,99 € la media docena. |
FINALISTA I CONCURSO DE RELATOS DE TERROR MORONINFORMACION.ES «EL CUARTO JINETE DEL APOCALIPSIS» Raúl Garcés Redondo (40 años) Zaragoza |
¿Qué cómo empezó todo? Para responderte debo remontarme algunos meses atrás cuando las obras del depósito de agua, en la barriada de El Rancho, sacaron a la luz varios cuerpos humanos. La noticia se extendió por todo Morón de la Frontera. Primero pensaron que podían tratarse de fusilados durante la Guerra Civil. Un análisis más exhaustivo reveló que tenían una antigüedad de más de un siglo. De tres de los cadáveres apenas quedaban restos óseos. Pero el cuarto apareció sorprendentemente incorrupto. Todavía mantenía intactos los ropajes, la piel, los cabellos… hasta los órganos. Y dado su perfecto estado de conservación y con las técnicas más avanzadas, lo que parecía ciencia ficción, en un moderno laboratorio se convirtió en realidad. Como aquel famoso monstruo de Frankenstein, le devolvieron a la vida. El mundo entero contemplaba con asombro semejante proeza. La ciencia había dado un paso de gigante. Pero cuando aquel hombre abrió los ojos por vez primera después de tantísimos años, lo primero que hizo ante la comunidad de prestigiosos doctores y las principales autoridades internacionales allí congregadas fue toser. Sí, les tosió encima. Y la bacteria que se alojaba en aquella saliva despertó una enfermedad propia del pasado, la peste. Ésta se extendió con tal rapidez que no hubo tiempo para reaccionar. Así ocurrió. Y ahora debemos mantenernos en total silencio. Ellos no tardarán en venir. Deben asegurarse de que han acabado con todos los infectados. |
FINALISTA I CONCURSO DE RELATOS DE TERROR MORONINFORMACION.ES «NOTA EN EL REFRIGERADOR» Óscar Román (37 años) |
Perdón pero tuve que salir de nuevo. Hay comida en la alacena si te da hambre, enciende la caldera si quieres ducharte. No me busques que no estoy. Te quedas sólo, aunque todos te observen. |
FINALISTA I CONCURSO DE RELATOS DE TERROR MORONINFORMACION.ES «DESPUÉS DE MUERTO» José Luis Chaparro González (56 años) Salvatierra de los Barros (Badajoz) |
Le vi aparecer de repente por la esquina de la calle Lara y algo me sobresaltó. Andaba erguido, con un paso demasiado… mecánico y con la mirada perdida. Cuando se aproximó algo más, ni novia y yo nos ocultamos dentro de uno de los portales. Temía que el tipo llevara malas intenciones al ir caminando solo a altas horas de la madrugada. Se detuvo frente a la puerta en la que nos habíamos refugiado y los dos pudimos ver la intensa palidez de su rostro y percibimos el insoportable hedor que desprendía todo su cuerpo. Se nos heló la sangre cuando se giró para dirigirse a nosotros, miró hacia la oscuridad del interior del portal y con una voz que parecía proceder de un cuerpo hueco solo dijo: ¡Familia! Después giró su cuerpo de nuevo y continuó su camino con paso lento. Pensamos por su aspecto, que se trataba de un borracho o un enfermo mental que deambulaba por la ciudad. Nada hacía presagiar cómo terminaría nuestra decisión de seguirle a cierta distancia para intentar averiguar sus verdaderas intenciones… Agarrados de la mano intentamos seguirlo acelerando el paso para no perderle de vista, aunque hubiera sido posible seguir su rastro por el olor que desprendía. Continuó su camino por la calle Lara. Parecía no tener prisa pero continuaba caminando sin detenerse hasta girar por la calle Corredera. Por un instante dejamos de verlo e iniciamos una pequeña carrera hasta llegar a la esquina. El terror nos paralizó cuando nos topamos de frente con él, justo al doblar la esquina. Mi novia soltó un alarido mientras se refugiaba en mi espalda y un escalofrío me recorría todo el cuerpo. ¡Las cuencas de sus ojos estaban vacías! El individuo se aproximaba hacia nosotros y nuestras piernas no respondían paralizadas por el miedo. Extendió sus brazos como para agarrar mi cuello, pero en un acto reflejo intenté apartarlos golpeándolos. Sus brazos quedaron suspendidos y del interior de ambas mangas del abrigo, comenzó a caer un polvo gris que nos pareció ceniza. Él siguió aproximándose hacia nosotros como si nada hubiese ocurrido, mientras intentábamos retroceder sin apenas conseguirlo. Lancé mi pierna que impactó en una de las suyas y ésta se desvaneció al igual que lo habían hecho sus brazos, haciendo que quedase de rodillas. ¡No podíamos creer lo que estábamos viendo! Cayó hacia atrás y poco a poco se fue desvaneciendo hasta quedar convertido en un pequeño montón de cenizas. Mi novia no dejaba llorar histérica mientras yo intentaba consolarla sin dejar de mirar hacia el suelo. Incluso pisoteé las cenizas hasta que apenas quedó nada. Un vehículo de la Policía pasó a toda velocidad para girar por Tiro… ¿Tiro? ¿No venía de allí cuando le vimos? Retrocedimos por la calle Lara acelerando el paso y giramos por Tiro. Allí estaban detenidos el coche de Policía y otro, frente al número 10. A cierta distancia oímos decir a uno de los policías refiriéndose a la puerta: ¡Es extraño! ¡Parece abierta desde dentro! Decidimos llegado el momento de acercarnos para informar a los policías. Por su expresión creemos que pensaron que habíamos consumido algún tipo de droga, cuando el dueño del negocio palideció al oír la descripción del tipo y de las prendas que vestía, haciéndonos pasar al interior. En una sala, doblado sobre una pequeña mesa, se encontraba el abrigo y unos pantalones con claras huellas de haber sido pisoteado varias veces por un zapato. Mi zapato. —Fue incinerado hace varios días, —dijo—. Nos ha resultado imposible encontrar a su familia… |
FINALISTA I CONCURSO DE RELATOS DE TERROR MORONINFORMACION.ES «LA MALDICIÓN» María Antonia García Expósito (36 años) Morón de la Frontera (Sevilla) |
30 De octubre de 1986. Comienza todo. Me levanto de la cama y me asomo a la ventana. La Sierra no se ve debido a la tormenta que se venía anunciando. Mi habitación se ilumina sólo de vez en cuando por la cantidad de relámpagos que trae el temporal, pero aun así no puedo faltar a mi cita. La cita. Esa cita que, hasta hoy, cambió mi vida, y de qué manera. Salgo de casa con un chubasquero y, como cada día, lo primero que veo es la torre de San Miguel, majestuosa como siempre, pero hoy, con un aura extraña, como si ya supiera lo que iba a acontecer. Me dirijo a su encuentro, para rodearla y así poder bajar hacia el Ayuntamiento y encarar el Pozo Nuevo con paso firme pero tembloroso, por la incertidumbre que me comía por dentro al no saber exactamente a lo que me atenía. En La Carrera estaba el lugar de encuentro. Un local frío y con poca luz debido a los apagones de la tormenta. Un lugar maldito según algunos. La gente que allí se encontraba, de apariencia seria, a pesar de su toque familiar, no me inspiraba ninguna confianza. Por aquel entonces muchas personas me advertían de ese lugar, donde te prometían una vida de ensueño, conocer a un ser que te haría cumplir tus deseos. Sin embargo, con el tiempo, la gente enfermaba, se volvía loca, desaparecían, ¡morían! Sólo algunos sobrevivían a esa maldición. Aun sabiendo todo esto, y con afán de ayudar a mi familia, quise probar suerte, y digo bien, suerte. Cuando salí de allí, todo era perfecto. Hasta la tormenta había cesado, incluso las palabras de algunos que me advertían, ya pensaba que lo decían por pura envidia. Pero el paso de los años, les daría la razón. Estaba condenado. Sufrí lo que nunca imaginé. Conocí de lleno a ese ser del que hablaban. Te domina y, contra la que no puedes luchar, poderosa y fuerte. La única manera de librarte de ella, si no te consumía antes, era el tiempo. Llevo años sin ser yo. No puedo hacer vida normal, está arraigada en mí. Cada vez que voy a Retamares a tomar algo con mis amigos, está ahí, haciéndome sentir mal. No puedo más. Salgo del bar a ver si se calma pero me sigue martilleando. Miro a todos lados, y aunque no hay nadie, sé que está y que no se irá. Es así siempre, no respeta nada. Cualquier momento es bueno para aparecer y destrozarlo: Navidad, Reyes, cumpleaños, vacaciones, etc. No tiene piedad alguna. He perdido la noción del tiempo y me angustia no saber cuándo acabará esto, si es que acaba. Y lo peor es que mi familia también sufre su presencia y no aguanto ver ese terror en ellos. ¿Por qué tuve que entrar allí ese maldito día? El miedo se apodera de mí, sé que si me voy, ella se vendrá conmigo y dejará a mi familia en paz. Miro hacia mi derecha y allí está el Castillo, donde decido encontrarme con ella cara a cara. A lo largo de mi vida, escuché que muchos tomaron la misma decisión para liberar a sus familias, y lo consiguieron. Es terrible. Decido dar mi último paso, un paso de veinte metros de altura. Miro hacia abajo y allí está, con mirada desafiante y a la vez desconcertada, porque sabe que si llego hasta ella habré vencido. Pero de repente, recibo una llamada de mi mujer. “Cariño, ¡la hipoteca está cancelada!”. Después de treinta años y, desubicado en el tiempo, vencimos a “la Maldición”. 31 de octubre de 2016. Por fin acabó todo. Aunque hoy sea noche de brujas, espíritus y muertos vivientes, hay una realidad que te deja relatos terroríficos con estas “maldiciones”… ¿O no? |
FINALISTA I CONCURSO DE RELATOS DE TERROR MORONINFORMACION.ES «CARMEN» Dolores Leonor Fernández Verdugo (30 años) Morón de la Frontera (Sevilla) |
Hace mucho tiempo vivía en una localidad situada el sudeste de Sevilla llamada Morón de la Frontera. Llegué a ese pueblo con 8 años porque mis padres fueron destinados como profesores en el I.E.S. Fray Bartolomé de las Casas. Recuerdo que nos fuimos a vivir a una casa en la calle Fray Diego de Cádiz y aunque tengo que reconocer que al principio no tenía muchos amigos, llegada la adolescencia gozaba de un amplio círculo de amistades. Rondando los 17 años todos los sábados noche íbamos a hacer el botellón en una zona habilitada por el Ayto. que estaba cerca de una gasolinera y de la discoteca de verano “La Guarida”. Entonces, tenía que irme andando desde donde vivía hasta la zona de marcha. Tengo que confesar que no me gustaba andar sola por la carretera que conduce al cementerio. Ha llovido mucho desde entonces y no recuerdo el nombre. Esa carretera donde ponían el mercadillo los miércoles cuando no podían ponerlo en la Alameda porque estaban las casetas de la feria montadas. Bueno, pues ésa. Desde que salía de casa siempre me daba mucha prisa en pasar por allí. Nada me hacía más feliz que desembocar en la glorieta del avión, el punto de encuentro con mis amigos. Pero un sábado noche de tantos, cuando justo estaba a punto de llegar a la glorieta sentí un escalofrío por la espalda y oí que me llamaban: ¡Niña, niña! y de repente me giré y vi a una ancianita que estaba tirada en el suelo desde detrás de la cancela del cementerio a lo lejos. “Me he caído” – me dijo, “por favor, ayúdame”. Entonces, no sé cómo, la cancela estaba abierta y entré a socorrerla pero se desvaneció y la cancela se cerró de un portazo. No podía estar más asustada, comencé a gritar y a pedir auxilio pero por allí no pasaba nadie. No sabía qué hacer. Encerrada en el cementerio, y sin poder salir… De repente, una sombra masculina que apenas podía divisar me dijo: “gracias por venir a ayudar a mi madre. Ven, que te ayudaré a salir de aquí por otra puerta trasera que hay”. Como no tenía más opciones entré con él confiada en que era verdad lo que me decía. Caminamos y caminamos entre los nichos y tumbas y vi que se frenó en seco, se volvió y me dijo: “mira, aquí está enterrada mi madre”. Leí la inscripción de la lápida y al girar la cabeza hacia la derecha volví a ver a la ancianita de antes y con voz tenebrosa pronunció estas palabras: “aquí estoy enterrada yo, sola para toda la eternidad”. El hombre entonces le respondió: “mamá, ya no estarás sola nunca más” y me empujó por la espalda para caer en la tumba que él mismo había reabierto. Yo casi me muero del infarto…me sentía angustiada… Por suerte para mí, aquella noche había un guardia en el cementerio y vio al siniestro hombre profanando la tumba, con lo que llamó a la policía y lo detuvieron. Me sacaron de allí y les dije que no estaba solo, que había una anciana con él que decía ser su madre y estar enterrada allí. Comprobaron los datos de la lápida y me enseñaron una foto de la persona a la que correspondía. Sin duda era ella pero, ¿cómo era posible? ¡Yo la vi con mis propios ojos! Desde entonces, cada vez que voy a Morón a visitar a mis viejos amigos, me paso a visitar la tumba de aquella anciana y allí está sentada Carmen, sin ser vista por nadie más. |