En la sociedad acelerada en la que vivimos nos hemos acostumbrado, o nos han hecho acostumbrarnos a perseguir la eficiencia y la productividad.
En el ámbito empresarial y laboral se nos gratifica la productividad. En nuestro tiempo de ocio, en ocasiones, buscamos llenar el tiempo con actividades deportivas o recreativas y con nuestros hijos e hijas intentamos buscar extraescolares que llenen esos huecos sin nada que hacer, en un frenético intento de que no se aburran.
Sin pretender menospreciar todo este tipo de actividades, que por otro lado, son muy necesarias para muchas personas, invitaría en este punto a una reflexión ¿Cuánto tiempo dedicas a la semana a planificar tu aburrimiento?
En un primer momento, esto puede parecer un sinsentido, una contradicción en sí misma. Pero si nos paramos a pensar, ¿Cuanto tiempo dedicamos al día en no hacer nada planificado? ¿En aburrirnos, en hacer algo sin un objetivo concreto? ¿Te aburres? Pues estás de suerte.
Existen varias corrientes de pensamiento al respecto, pero una de ellas postula que el secreto del proceso creativo se encuentra precisamente en eso, en el aburrimiento.
A lo largo de la historia, grandes personalidades han opinado al respecto. Por un lado, tenemos a Alexander Graham Bell, que contribuyó grandemente al desarrollo del teléfono (más no ha inventarlo) que creía que había que eliminar las distracciones y cualquier ociosidad del proceso creativo, pues restaba eficiencia al producto final. Por otro lado, nos encontramos con Nikola Tesla, gran inventor del siglo XIX, que al contrario que Bell, opinaba prácticamente lo opuesto. Tesla siempre aseguró que la teoría del campo magnético giratorio (uno de sus mayores descubrimientos), se le ocurrió paseando, distraído, por las calles de Budapest.
Y no es el único en afirmar que muchas de las creaciones y descubrimientos, así como ideas sobre diferente índole, surgieron de momentos en los que la mente estaba en pausa, en labores no milimétricamente planificadas.
Si nos metemos en el mundo del niño, ¿quien no ha visto u oído que un niño o niña, ante un regalo, ha dejado de lado el regalo en si y se ha puesto a jugar con el embalaje o la caja? ¿O quien no ha visto a un niño o niña jugar a ser astronauta, exploradora, cocinero, maestro, o cualquier otra cosa? En estos precisos momentos, es cuando la mente creativa del niño/a crea un mundo en el que se desarrollan habilidades básicas para su desarrollo. Y este tipo de procesos creativos, de juegos imaginativos, no necesariamente estructurados, surge, en muchas ocasiones, en momentos de aburrimiento, momentos en los que el niño/a busca alternativas naturales a esos espacios en los que no sabe qué hacer.
Fomentar este tipo de procesos repercutirá en el desarrollo cognitivo y emocional de nuestros niños y niñas.
Detrás de un niño aburrido tiene que haber un papá o una mamá que sepa fomentar este tipo de actividades no estructuradas que fomenten y faciliten la creatividad, la experimentación con su entorno y sus iguales, la creación de normas y sobre todo que facilite su adaptación al mundo que le rodea.
Esta adaptación se lleva a cabo porque el cerebro humano, en situaciones de estrés, o cuando lo forzamos demasiado, tiende al bloqueo, a lo que se llama fijación cognitiva. Y aquí es donde el aburrimiento entra en juego. Aburrirse significa poner nuestro cerebro en multitarea, desfocalizar nuestra atención y “relajar” nuestra mente en otras actividades.
Cuando esto pasa, cuando nuestra mente está en multitarea o consigue salir de esa fijación cognitiva, es cuando comienza a buscar alternativas, ya sea salir de un problema, buscar una solución a algo, etc.
Por lo tanto, y para finalizar, podemos afirmar que aburrirse y aprender a aburrirse, sobre todo en momentos de estrés o sobrecarga cognitiva, nos ayuda a buscar soluciones a los problemas del día a día, ya sea en el ámbito laboral, personal o académico.
Cómo dijo Miguel de Unamuno: “El aburrimiento es el fondo de la vida, y el aburrimiento es el que ha inventado los juegos, las distracciones, las novelas y el amor”.