El Trastorno del Desarrollo de la Coordinación (TDC), o dispraxia, se constituye como una alteración significativa en la adquisición y ejecución de habilidades motoras coordinadas, en comparación con la edad de correspondencia y a pesar del entrenamiento recibido. Se realiza el diagnóstico por exclusión, describiendo el trastorno motor en ausencia de una enfermedad neurológica, de cualquier trastorno físico, retraso del desarrollo, retraso mental y coeficiente intelectual bajo.
Las manifestaciones de este trastorno varían en función de la edad y la etapa del desarrollo. Se incluyen diversas disfunciones motoras, tanto en las habilidades de motricidad gruesa como en la coordinación más fina: movimientos anormales, alteraciones de los reflejos, movimientos asociados, retraso en las adquisiciones motoras, mala coordinación y torpeza en general. En el entorno familiar, los sujetos afectados tienen dificultades en las actividades del día a día, como utilizar los cubiertos, aseo personal, abrocharse los botones, subir y bajar cremalleras, atarse los cordones de los zapatos.
De este modo, nos encontramos con un amplio grupo de alumnos/as con dificultades en la coordinación motora, que en muchos casos se convierten en factores determinantes en la aparición de dificultades de aprendizaje, que no son atendidos de forma oportuna y eficaz, justificando en muchos casos su dificultad motora con expresiones del tipo “es un poco torpe”, “no se le dan las manualidades”, etc., y en otras tantas ocasiones confundiendo los cuadros clínicos con otro tipo de trastornos.
Este trastorno tiene una prevalencia, es decir, una presencia, que se estima entre un 5% y un 6% en niños de entre 5 – 11 años, siendo sus manifestaciones muy heterogéneas, debido a su alto índice de conformidad con otros trastornos (TDAH, Dislexia, Autismo, etc.). Es decir, el TDC aparece muy frecuentemente junto a otros trastornos.
Por otro lado, la relación entre TDC y lectoescritura es evidente, sobre todo en las primeras etapas de la adquisición de la misma.
Según Cuetos, para la realización de una lectura comprensiva, es necesario que el lector lleve a cabo un gran número de operaciones cognitivas encaminadas a completar cada uno de los pasos que la actividad lectora requiere. De este modo, el autor describe los cuatro procesos implicados en la lectura, resaltando el importantísimo papel que juega el primero de ellos: El análisis de los signos gráficos.
El análisis de los signos gráficos escritos se convierte, por lo tanto, en el primer paso que tiene que llevar a cabo el lector para poder llegar a la identificación de los diferentes grafemas que en procesos posteriores se transformarán en fonemas a través de las reglas de conversión grafema – fonema, es decir el paso de convertir lo escrito en sonidos a nivel procesal.
Por lo tanto, el sistema educativo, con él y la maestra como principal detector de dificultades en sus alumnos/as, debieran ampliar su conocimiento sobre el TDC, conociendo las comorbilidades que se pueden llegar a presentar y qué aspectos concretos se relacionan con estas dificultades en la coordinación, sobre todo lo relacionado con el aprendizaje, prestando especial atención a lo relacionado con la escritura y la escritura.
Por último, y parafraseando a Marie Curie “Me enseñaron que el camino del progreso no es ni rápido ni fácil”.